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Cuentos. ¿Una perspectiva femenina?

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Al hilo de la aparición de una antología de cuentos de Emilia Pardo Bazán, hay que resaltar la edición, a lo largo del último año, de varios libros de cuentos interesantes, escritos por mujeres de diferentes promociones y generaciones, así como de una antología de cuentos sobre mujeres. Creo que tal concurrencia puede propiciar algunas reflexiones desde un intento de distinguir, si es que existe, algún matiz en la escritura de ficciones en función del sexo del autor.
 

La maga primavera y otros cuentos, de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), ofrece una selección de cuarenta y ocho cuentos publicados por la autora entre 1880 y 1921, en una edición de Marta González Megía, también autora del prólogo. «La maga primavera», estampa que da título a la antología, sólo tiene la gracia de ser inédita, pues Pardo Bazán fue autora de muchos cuentos literarios más interesantes, como se demuestra en la propia antología, y escribió a propósito del género breve con lucidez que resulta hoy muy próxima. En ella hubo una visión también clara del rol de dependencia e inferioridad que ha de­sempeñado históricamente la mujer. Algunos de los cuentos recopilados en este libro («Los huevos arrefalfados», «Casi artista», «El revólver», «La emparedada») tratan, por ejemplo, de la opresión o de los malos tratos de hombres a mujeres –o de machos a hembras, como en «Piña», donde la protagonista es una mona– y en otros se presentan con fuerza personajes femeninos («La mayorazga de Bouzas», «Madre», «Las cutres»), pero en ningún caso la autora cae en lo maniqueo o simple del sexismo, y si en un cuento como «El encaje roto» una mujer declara su negativa a contraer matrimonio en la solemnidad de la ceremonia nupcial, como consecuencia de su intuición sobre el carácter profundo de su futuro esposo al ver su reacción ante la rotura fortuita del vetusto y valioso encaje familiar que adorna su ropa de desposada, en «El abanico» es un hombre el que se ve decepcionado en sus esperanzas sentimentales al comprobar la fruición con que la mujer que le interesa sigue los sangrientos lances de una corrida de toros. En los cuentos de Pardo Bazán se pretende tratar la realidad sin prejuicios, con numerosos apuntes de personajes peculiares y finas o tremebundas referencias al panorama social. Mas en su concepción de la mujer como ser activo, independiente, hay sobre todo una perspectiva liberal, que no está reñida con el catolicismo que la autora profesaba. Y es que la ideología del autor, además del talento, muy por encima del sexo, es lo determinante para definir en literatura los planteamientos morales y el diseño de las conductas. Con los cuentos de tema religioso sucede lo mismo en la antología de Pardo Bazán: es su fe, y no la condición femenina de la autora, lo que da su sentido a «El rizo del Nazareno», «Posesión» o «La sed de Cristo».
 

Carta a don Juan reúne los cuentos completos de Carmen Laforet (1921-2004). Presentado con un prólogo de Carme Riera, el libro recoge la obra juvenil inédita de la autora, los cuentos recopilados en su día bajo el título de La muerta –que constituyen el núcleo verdaderamente importante del libro– y otros dispersos en diversas publicaciones a lo largo de su vida. Hay varios que tienen a mujeres como protagonistas, e incluso mujeres en situación de dependencia y hasta de explotación por parte de los varones. Sin embargo, lo significativo de tales personajes no estriba en su condición femenina, sino en lo expresivo y universalizable de su humanidad, soledades y amarguras que trascienden, desde luego, el reducto del género sexual. La pobre mujer que, fracasada, regresa en tren a la casa donde la espera un marido adusto y le cuenta sus fantasías a un joven soldado («Rosamunda»); la mujer que ha sacrificado su vida en su alejamiento de maestra rural para ayudar a un hermano que ni lo agradece ni es digno de ello («El veraneo»); esa otra con dificultades para financiar una modesta fotografía de ella y del hijo, que quiere enviar al compañero y padre emigrado («La fotografía»), no sólo reflejan con certeza la sociedad de su época, sino que muestran un mundo de soledad, frustración y desamparo que desborda el hecho de que sean mujeres los personajes centrales. Incluso hay alguno, como «El alivio» o «La señora», donde los tipos femeninos que protagonizan la acción están presentados desde un sesgo fuertemente irónico y crítico, una madre autoritaria, absorbente e hipócrita en el primero, y una criada que añora la actitud esclavizadora de las amas prepotentes en el segundo. En otros cuentos, como «El regreso» o «Un matrimonio», la historia se centra en personajes masculinos, sin que los aspectos de la existencia difícil y los problemas de comunicación –familiar, social– se modifiquen. Lo que muestran sobre todo estos textos de Carmen Laforet es, precisamente, su gran capacidad para expresar en muy poca extensión un mundo lleno de verosimilitud, acertadamente simbólico de la condición humana. Pero por lo que se refiere a lo que pudiéramos llamar «evidencia sexual» de la autoría, lo cierto es que estos cuentos, impregnados de una particular melancolía son muy característicos del escenario histórico en el que transcurren sus tramas, como los que escribieron otros autores varones de los años cincuenta –pienso en Medardo Fraile, e incluso en Ignacio Aldecoa y Jesús Fernández Santos–bastantes de ellos con las mujeres y su circunstancia ocupando un lugar central.

Otro de los libros de cuentos de mano femenina aparecido en los últimos tiempos es En jaque, de Berta Marsé (1969), una primera obra compuesta por siete cuentos que tienen como núcleo dramático ciertos momentos o situaciones de tensión, consecuencia de algo que está a punto de suceder como desenlace, descubrimiento o sorpresa. El planteamiento, común a todos los relatos, muestra la ambición del proyecto, construir eso que se llama un «ciclo de cuentos», una colección de historias que, siendo diferentes en sus tramas, estén impregnadas de similares características temáticas. Sin duda, la capacidad de elaborar un conjunto de relatos interesante con un aire común, en este caso utilizando la desazón moral, familiar o sentimental en situaciones límite, aparte de hacer que cada uno de los componentes se apoye en los demás para conseguir mayor potencia, es muestra del vigor de la imaginación de quien escribe. En el libro de Berta Marsé, por lo general mediante la utilización acertada de diálogos que van tensando el movimiento narrativo: la tribulación que causa el pene erecto dibujado por una niñita («La tortuga»); las conversaciones acuciantes entre padre e hija: hay dos relatos montados sobre esa situación, en un caso para que el padre vaya descubriendo la verdadera identidad del compañero de su hija («Origen»), en el otro para que el padre conozca ciertos aspectos de su mujer («La concha mágica»); el enfrentamiento –minutos antes de que se levante el telón– entre la peluquera que ha realizado una peluca con extraordinario sacrificio personal y la vieja cantante a quien está destinada («La diva y la peluquera»); la confesión que, sin verse las caras, se de­sarrolla entre una mujer y un hombre, inexpertos remadores («Piragüismo-Placeres adultos»); la progresión con que, como consecuencia de una confidencia entre los padres, va fraguando paradójicamente la relación entre un adolescente condenado por una enfermedad irreversible y la chica más guapa de la clase, que nunca antes se había fijado en él («Primer amor»); o la llamada telefónica para recabar una información que acaba lindando con lo fantástico («Te llamaré»), se apuntalan unos a otros con coherencia para unificar el clima general, donde está certeramente desplegado el panorama social que envuelve a los distintos personajes y situaciones. Todos los elementos provienen de aspectos reconocibles en la vida cotidiana, y prevalece la sutileza para iluminar con naturalidad e ironía un mundo en el que las ocultaciones, los secretos y las distancias forman la materia densa del trasfondo de la realidad, captada en el momento inmediatamente anterior a su desvelamiento y narrada con rotunda concisión, lo que da al conjunto, bien medido y ajustado, una especial agudeza dramática. Ya la cita inicial de Anton Chéjov sobre «los secretos en su nido» no sólo orienta la temática, sino que recuerda y homenajea a quien, desde la condensación y la intensidad, puso los cimientos del cuento literario contemporáneo.

Por último, otro libro de cuentos significativo de la temporada es Lugares comunes de Irene Jiménez (1977), autora que, pese a su juventud, ya ha publicado otros dos libros de relatos. Los nueve cuentos que componen Lugares comunes parten también del proyecto y de la ambición de conformar un ciclo; esos «lugares» tienen, por un lado, una condición física, los diferentes espacios de la gran ciudad, tanto en su presencia como en su ausencia, y al mismo tiempo hay un aire también común en los personajes que se mueven en ellos, en situaciones que pertenecen a lo ordinario y habitual en las relaciones entre los seres humanos. «En la universidad», una estudiante escapa sin emociones de una experiencia con un compañero casual; «En un pasillo», una mujer se presta, sin interés ni suficiente conocimiento, a una encuesta; «En casa de los señores», una criada emigrante acecha con avidez disimulada la vida de sus patrones; «En la oficina», una empleada teme la noticia de su despido; «En la calle», un esposo y padre pierde el tiempo durante un anochecer navideño; «En la ventana», observa la calle una mujer que tomará una decisión repentina en la relación con su compañero; «En el dormitorio», un marido constata la deriva de su matrimonio; «En una fiesta», sabemos cómo se siente la homenajeada, madre de una discapacitada psíquica; por último, en «Lejos», en un lugar a mucha distancia de la gran ciudad, donde se ha refugiado voluntariamente una pareja, la mujer, fascinada por las noticias de una exposición fotográfica, deambula con cierta abulia náufraga. Las situaciones no son excepcionales, ni en ellas se manifiesta la tensión fuertemente dramática que marca los relatos del libro de Berta Marsé, sino que, al contrario, está contenida, fluyendo bajo la aparente serenidad del discurso. Aunque la mayoría de los personajes son femeninos, el tema es el sentimiento de incomunicación, de transitoriedad, de provisionalidad. Esos «lugares comunes» elegi­dos de forma tan abstracta, para que en ellos se de­sarrollen las tramas de cada cuento, están marcados, precisamente, por la individualización de los personajes, que por lo común viven una vida insatisfactoria, en una soledad interior que se describe sin estridencias, creando con pocos pero decisivos elementos una atmósfera de extrañeza y desarraigo que no pierde nunca el aire de crónica objetiva.

Sin conocer el nombre de quienes escribieron todos estos cuentos, sería difícil identificar su sexo, aunque en todos ellos priman algunos aspectos que pudieran aproximar la mirada de las diferentes escritoras. Por un lado, todos –salvo algunos de Pardo Bazán que tienen aire de apólogo o recrean espacios míticos y situaciones casi fantásticas– pertenecen a la mirada realista, un realismo tratado desde el gusto por el detalle significativo, que procura encajar a los personajes en un ámbito social preciso sin dejar de intentar penetrar en sus espacios íntimos y sentimentales. Por otro, hay en ellos un predominio de la precisión y la austeridad verbal, y la renuncia a incluir elementos superfluos, ya sean ornamentales o temáticos.
A pesar de las diferencias expresivas que pudieran marcar las épocas que separan a Pardo Bazán de Laforet –si bien la primera evolucionó bastante a lo largo de su vida–, o entre ésta y las jóvenes Marsé y Jiménez, todas ellas tienen claro lo que es un cuento literario: hacer que las historias que se cuentan resulten interesantes, aunque su argumento no salga de los asuntos ordinarios y, sobre todo, conseguir la mayor concentración narrativa y dramática en la menor extensión posible. Pero en esto debería estribar el arte de contar, fuese cual fuese el sexo de quien lo practicase.

La antología de cuentos sobre mujeres reúne doce cuentos de otros tantos autores del siglo xix, y cuenta también con la edición –muy interesante, verdaderamente exhaustiva en cuanto al prólogo, referencias y explicaciones– de María González Megía. Los autores seleccionados son «Fernán Caballero» –Cecilia Böhl de Faber–, Gustavo Adolfo Bécquer, Rosalía de Castro, Pedro Antonio de Alarcón, José María de Pereda, Gaspar Núñez de Arce, Emilia Pardo Bazán –en un cuento también incluido en La maga primavera–, Benito Pérez Galdós, Jacinto Octavio Picón, Leopoldo Alas Clarín, Juan Valera y Armando Palacio Valdés. Se han escogido cuentos en los que una mujer tiene el papel protagonista, pero del conjunto puede decirse lo mismo que se ha señalado anteriormente: sólo el conocer el nombre de quien lo ha escrito nos permite distinguir la autoría masculina o femenina. Por ejemplo, la mujer descrita en el cuento –de raíz popular– de «Fernán Caballero», capaz de asustar al propio Satanás, del que ha llegado a ser suegra, podría inscribirse en los personajes tradicionales de la misoginia española; el comportamiento de la joven viuda del cuento de Rosalía de Castro confirmaría los más viejos este­reotipos y tópicos viriles sobre la versatilidad femenina, por mucho que la antóloga intente con gracia analizarlos y hasta psicoanalizarlos en sus explicaciones; el menosprecio hiriente con que la protagonista del cuento de Pereda es tratada por el autor no procede de una mirada machista, sino claramente clasista; los personajes femeninos de los cuentos de Valera o Galdós, y su aire maravilloso, bien podrían haber sido diseñados por una mano femenina; e incluso el cuento de Palacio Valdés, un idilio blanco entre un joven casado y una niña de trece años, sería difícil atribuirlo claramente a un hombre si no estuviese firmado.

La lectura de estos libros ha consolidado mi escepticismo acerca de lo que suele llamarse «escritura femenina»: a mi juicio, el sexo del autor no es un factor a tener en cuenta a la hora de valorar la calidad o la singularidad de un texto literario, e incluso creo, aunque ya sé que es asunto polémico, que en principio no hay señales distintivas, ni por el tema ni por el tratamiento estético y formal, que permitan establecer una clasificación de la ficción literaria según el sexo de quien la elabora que pueda resultar representativa, sobre todo cuando las ficciones resultan, como en la mayoría de los casos que he comentado, literatura de verdad. 

 

BIBLIOGRAFÍA


•  Emilia Pardo Bazán: La maga primavera y otros cuentos, ed. y pról. de Marta González Megía. Madrid, Lengua de Trapo, 2007.
•  Carmen Laforet: Carta a Don Juan. Cuentos completos, pról. de Carme Riera, Palencia, Menoscuarto, 2007.
•  Berta Marsé: En jaque, Barcelona, Anagrama, 2006.
•  Irene Jiménez: Lugares comunes, Madrid, Páginas de Espuma, 2007.
•  Cuentos sobre mujeres, antología de relatos españoles del siglo XIX, ed. de María González Megía, Madrid, Akal, 2007.

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Ficha técnica

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