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La frontera

Extranjeros en la noche

ANTONIO SOLER

Espasa Calpe, Madrid, 232 págs.

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Con título a lo Frank Sinatra, bien que aquí Strangers in the night se tradujera como Extraños en la noche, nos presenta Antonio Soler una sugerente colección de cuentos. Antonio Soler ha sido uno de los autores más premiados en los últimos tiempos, también uno de los de mejor acogida crítica y lectora, las cuales a veces no coinciden y otras, véase el caso Pérez-Reverte, terminan encontrándose. Extranjeros en la noche recoge cinco relatos equidistantes entre la realidad pura y dura y una cierta fantasía que se nutre de visiones cinematográficas, básicamente del cine negro. En este sentido, y aparte de unos cuantos clásicos del género, Antonio Soler es deudor de autores españoles como Juan Marsé o Antonio Muñoz Molina. Naturalmente ni el barcelonés ni el de Úbeda escriben novela negra, y sin embargo en determinados libros suyos, Un día volveré en el caso del primero, El invierno en Lisboa, Beltenebros o Plenilunio en el del segundo, están muchos elementos de una de las claves narrativas del segundo tercio del siglo XX y a lo que se ve aún con fuerzas para seguir activa. Antonio Soler, ya se dijo, no desdeña transitar caminos coetáneos suyos, a la vez que, salvando las distancias, es deudor del realismo bronco y sucio avant la lettre de los años cuarenta y cincuenta. En este sentido, la sombra de Camilo José Cela, en sus aspectos más tremebundos, y no sé si el adjetivo tremendista rechazado por el propio Cela respecto de su obra vendría a cuento, oscila sobre Extranjeros en la noche. Y cuando Cela hace tiempo que se ha convertido en sombra de su sombra no estará de más el señalar su influencia, benéfica ya se entiende, en muchos narradores españoles, jóvenes y tan no jóvenes, poco generosos a la hora de señalar su agradecimiento hacia la obra del de Iria Flavia, tan desnortado últimamente. Extranjeros en la noche se compone de cinco relatos a los que unen la violencia (también la violencia erótica) y esa «diferente» visualización de las cosas que suministra la «hora bruja», la que tiembla vacilante entre la luz y la oscuridad. Naturalmente, y a tono con la densa negrura en que se inscribe Extranjeros en lanoche, aquí hay humo de tabaco, alcohol a barullo, visceras, escenas caseras, sexo sórdido, policías corruptos, miradas infantiles ambiguas y expectantes, jueces y médicos –gente de orden, pues– transgresores de la ley, etc. Todos estos elementos, agitados con pasión e inteligencia por Antonio Soler, producen un conglomerado inquietante y de lectura morosa porque no es Extranjeros en la noche un libro para ser leído sin pausas. Bien al contrario, su efecto nada melífico obliga a la dosificación del contenido, lo que sin duda es una ventaja que obliga a mantener a un escritor tan sugerente como Antonio Soler en la memoria. A veces, es cierto, el escritor malagueño echa mano de determinados tópicos, no el menor la vuelta de un personaje al punto de partida, un bar normalmente, para encontrarse con el compañero de fatigas que relata lo que interesa al lector. Otras Antonio Soler usa ––y un poco abusa-del consabido recurso explotado con tanta fortuna por Gabriel García Márquez en el arranque de Cien años de soledad. Pero esto, convengamos, son futesas, bagatelas, para cinco relatos tensos, cargados de voltaje, en los que Antonio Soler se nos muestra como un autor vigoroso, con muchos años literarios todavía por delante. De escoger un relato de los que integran este libro me quedaría con Lanoche, excelente y «visceral» aproximación –nada almibarada, por cierto– al mundo circense. De quedarme con un personaje lo haría con el policía Machuca, recurrente en el libro, y todo un carácter para una época siniestra y esperemos que definitivamente vencida.

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