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En clave de folletín

CONTRA NATURA

Álvaro Pombo

Anagrama, Barcelona

562 pp.

22 euros

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No es habitual que un buen novelista escriba una mala novela. A lo sumo, de su mano podrán salir obras que, por razones variadas, no satisfagan las expectativas o no estén a la altura de sus mejores títulos. No todos los años se da una buena cosecha ni se cosecha de la misma manera. Álvaro Pombo es un escritor de una trayectoria narrativa sólida, incuestionable, algunas de cuyas obras (por ejemplo, El parecido, El héroe de las mansardas de Mansard, El metro de platino iridiado o Donde las mujeres) se encuentran entre lo más sobresaliente de nuestra narrativa contemporánea; pero también es autor de otras novelas menores, ligeras, que son un reflejo de la actualidad cotidiana y popular (por ejemplo, Telepena de Celia Cecilia Villalobo).

Probablemente sería inoportuno buscar respuestas que justifiquen estos desequilibrios literarios, ya que la mayoría de las veces resulta vano indagar en las causas que intervienen en los resultados: sería como proponerse entrar en lo insondable de la creación literaria, cuyo proceso natural suele ser inexplicable. Ahora bien, hay veces en que se dan condiciones o intenciones tan evidentes en una novela que convierte su análisis en una obligación crítica.

Pombo confiesa en el epílogo de Contra natura que su propósito fue, desde el principio, hacer un alegato contra la superficialidad mediante una historia que cuenta el enfrentamiento de dos maneras de vivir la homosexualidad. La intención ética y moral para tratar un asunto tan actual y concreto es tan evidente que, en consecuencia, deja de entrada poco espacio para que pueda atisbarse el misterio en el proceso de creación: simplemente no hay misterio.

Porque, tal vez condicionado o mediatizado por su propósito inicial, el novelista ha contado una historia sin ambigüedades ni elipsis, muy directa y con un narrador omnisciente al modo decimonónico, en la que, en efecto, se enfrentan dos, o quizá más, formas de vivir y padecer (en sentido clásico) la homosexualidad, en unos casos, o de utilizarla en beneficio propio (incluido el económico) en otros. Distintas son las maneras de los cuatro personajes pertenecientes a dos generaciones diferentes, distintas las formas de afrontar y entender la homosexualidad de los dos protagonistas, Javier Salazar y Paco Allende, que ya se encuentran en edad de jubilación, y distintas también las de los otros dos personajes jóvenes, Ramón Durán y Juanjo Garnacho, que representan el punto más extremo de su fascinación erótica.

Ahora bien, ese conflicto novelesco, que tanto juego y carácter narrativo le dio a Pombo en novelas anteriores suyas, por su forma de ser abordado y escrito acaba conformando aquí un relato excesivamente plano. Pombo ha entrado al trapo y sin tapujos en un tema o un asunto, no sólo de gran actualidad sociológica, sino también cercano y personal, con el que se identifica y se siente demasiado implicado, de modo que apenas puede distanciarse de él literaria y estéticamente, como ha hecho otras veces, por lo que la novela adquiere una forma y un tono que están a medio camino entre el testimonio y la reivindicación, entre el documento social y el relato de tesis, al intentar defender ante el lector, casi de modo combativo, unas actitudes éticas que pueden considerarse válidas frente a otras que a primera vista son reprobables.

Para conseguir estos propósitos, ya ha quedado dicho, el novelista prescinde de ocultamientos plurisignificantes y opta por la narración transparente. Una transparencia que, quizá por un comprensible deseo de alcanzar el mayor grado de verosimilitud posible o por redundar en el testimonio, se sustenta en la referencialidad inequívoca de los hechos que se cuentan o en la forma tan descarnada y cruda de ser contados, en especial cuando se tratan los aspectos más melodramáticos de las pasiones amorosas o los comportamientos eróticos de las relaciones carnales. Es en estos casos cuando la novela recrea los rasgos peculiares del folletín.

Álvaro Pombo sabe (lo ha dicho y escrito en numerosas ocasiones) que la literatura, como todo proyecto estético, está reñida con la obviedad. Lo vuelve a repetir en Contra natura cuando el narrador afirma en un momento que a Salazar «la obviedad le repele».Y, sin embargo, esta novela cae una y otra vez en eso, en lo obvio, en lo estrictamente referencial, tanto en las anécdotas como en la escritura narrativa.Ambos aspectos surgen y se desenvuelven de manera muy unívoca, sin connotaciones reflejas.Tan solo cuando el narrador hurga en la dialéctica interior de los personajes, en los orígenes de su infancia y de su memoria o en las contradicciones y desajustes de sus pensamientos (una densa indagación psicológica que no es nueva en el autor), el relato eleva su poder expresivo. Es como si se tratara de dos tramas paralelas: la que presenta sin eufemismos las relaciones eróticas y la que desvela el abismo interior, infernal, de unos personajes torturados.

Pero esto no es suficiente, porque no sólo la ética, sino también la provocación morbosa, han sido puestas por encima de la estética.Y al final se echa de menos la creación de los conflictos, ambientes y personajes difusos y oscuros de sus mejores novelas, a través de los que se hacía una cala en los sentimientos y emociones, en la atracción erótica y homosexual, desde la incertidumbre y la interpretación, y no desde la obviedad.

 

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Ficha técnica

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