Buscar

La mirada del narrador

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Algunos maestros del cine americano ilustraron como nadie que la calidad y la taquilla podían ir muy felices de la mano y hasta del brazo. En Europa, por el contrario, las cosas se mostraban algo más confusas y, aunque a ningún director le amargaba la perita en dulce de una sala llena, llegó a ponerse de moda, el que, según se dice, era el lema de Eugenio D'Ors, aquello de oscurecer el texto hasta que no lo entendiera la asistenta. El italiano Antonioni, por ejemplo, fue un maestro en hacer de la oscuridad narrativa estilo. Luego, claro, intervenía el prurito de la cultura y nadie de entre el público quería ser tachado de tonto, así que hasta una película tan indescifrable y francesa como El año pasado en Marienbad llenaba las salas de cine. Y sin negar que todos los excesos son malos, hay que reconocer que entonces había ambición y riesgo, deseos de entrar en territorios que todavía no se habían rendido con armas y bagajes a la cuenta de resultados. Hoy dudo que ningún productor, por muy independiente que sea, se atreviera a patrocinar una película como aquella. Y es que el cine se ha americanizado del todo. Incluso –y ahí está lo verdaderamente malo– el propio cine americano se ha americanizado también al exagerar hasta el extremo sus notas más características. Suele ser ahora tan sencillo, tan esquemático, tan inmediato, tan epidérmico que no pocas veces resulta brutal. Y vayamos ya a nuestra película. ¿Qué pasaría si una civilización de más allá de las estrellas se pusiera en contacto con nosotros? Esta parece ser la interrogante que movió al catedrático de astronomía Carl Sagan, recientemente fallecido, a escribir la novela en la que se basa Contact. Una interrogante que se habían hecho antes que él muchos otros autores, desde el fabiano H. G. Wells hasta los responsables de la serie "V" que tanto se ha prodigado en las televisiones. En la mayoría de los casos la respuesta ha sido de un aterrador pesimismo. Los alienígenas tratarían de explotarnos, arrebatándonos nuestro planeta o incluso utilizándonos como alimento. Sagan plantea las cosas de manera muy diferente, en una línea de optimismo esencialista, basada en la creencia, todavía no demostrada, de que a mayor civilización ha de corresponder una mayor solidaridad con el prójimo, al que se tendería a ayudar para sacarle de su retraso, elevándolo hasta alturas de civilización inimaginables; y no, por ejemplo, como hacemos nosotros mismos con las poblaciones indígenas del Amazonas a las que se está privando de su hábitat quemándoles los bosques y a cuyos individuos se dispara como a conejos. Los productores de Contact dicen que su película trata sobre todo de nosotros, de, digamos, la raza humana, y no voy a ser yo quien lo niegue, pues de los otros, de los moradores ultracivilizados de las estrellas, ya está dicho casi todo al haberlos adscrito a esa línea altruista o benefactora, o, ¿por qué no?, arcangélica. No necesitan aparecer y, de hecho, establecen contacto, pero no aparecen. ¿Para qué, si son un arquetipo?; no el buen salvaje de que hablaba Rousseau, sino el buen supercivilizado de las estrellas. Nada malo se puede esperar de ellos y eso que la envoltura de su mensaje, lo que resulta muy ingenioso y efectista, es la primera emisión televisiva que se hizo en la tierra, nada menos que las palabras inaugurales que pronunció Hitler en la apertura de las Olimpiadas de Berlín de 1936. Y ya no desvelaré más sobre este particular. La película da comienzo precisamente con ese desplazamiento a través del espacio de aquella primera emisión televisiva que contenía las palabras de Hitler, un viaje por un paisaje inconmensurable de galaxias desde la diminuta mota de polvo que es nuestro planeta hasta la estrella Vega a veintiséis años luz, mientras se exhiben los títulos de crédito. Es un desplazamiento impactante, espectacular y hermoso, tan logrado como si se hubiera obtenido paseando una cámara por el espacio. Lo que, por otra parte, ocurre con casi todo lo que atañe a los llamados efectos especiales, debido a Ken Ralston, galardonado varias veces y autor de los efectos de películas como Regreso al futuro, Cocoon o El retorno del Jedi. En ese aspecto la película es siempre espléndida y sus imágenes penetran muy hondo en el espectador, provocando la ilusión de lo real en algo de tanta capacidad de fascinación como son los viajes espaciales. Decíamos, sin embargo, que los alienígenas no se dejan ver, y, sin haberla leído, tengo la impresión de que tampoco lo hacen en la novela de Sagan. Ya se ha señalado que su presencia no es necesaria. Resulta además lógico que, en ese su desvelo por las especies menos avanzadas, consideren que todavía no ha llegado el momento de mostrarse, aunque paradójicamente envíen los planos para la construcción de una nave espacial que lleve a un ser humano a su mundo. Un viaje demasiado largo, veintiséis años luz, para luego ser tan cicateros. La película tiene dos partes o dos ritmos o si me apuran hasta dos naturalezas, lo que ocurre antes y lo que ocurre después de haberse descifrado el mensaje; a partir de este momento entra en una simplificación que hace incluso dudar de la calidad de la novela en que se inspira. Y no hay que extrañarse. A veces uno empieza a contar una historia en una determinada dirección y en sólo unas páginas escritas acaba en la contraria. En Contact es lo que va de ellos a nosotros; buscamos a los otros para encontrarnos a nosotros, parece un trabalenguas pero es así. Claro que, en descargo de Sagan, no podemos descartar que la cura de adelgazamiento que se exige a todo guión despojara a su novela de la mayor parte de su complejidad, hasta hacerla entrar en ese molde del moderno cine americano que, como decíamos antes, se ha venido americanizando un poco más cada día, ese esquematismo dramático tan eficaz casi siempre, pero que se traduce muchas veces en una estética de cómic. Y de poco vale que la película se halle impregnada de una supuesta gran carga religiosa, puesto que tal impregnación no se percibe como uno de los grandes misterios que inquietan a la raza humana sino como la representación de partes alícuotas de poder: tanto para la Ciencia, en este caso, como para la Iglesia. Muy significativa y pintoresca resulta a este respecto la aparición primera del elemento religioso, nada menos que en forma de un sacerdote que se acuesta con la protagonista el primer día que la conoce. No puede caber mayor esquematismo. Los campeones de la ciencia y de la fe comparten lecho amoroso. Pero las cosas no terminan ahí. Ciencia y fe religiosa llegan a confundirse cuando se nos presenta a los extraterrestres, no como habitantes de una esquina cualquiera del universo, sino como moradores de un cielo casi religioso, al haberse impuesto el deber de velar por nosotros. Sólo desde tal creencia, que es una fe verdadera, se explica la frenética carrera que emprenden los científicos para llegar a ser el tripulante único de la nave construida siguiendo pautas extraterrestres. Para colmo, la protagonista sufre el reproche de no creer, según se afirma en la película, en lo que cree el noventa y cinco por ciento de la población mundial: en la existencia de Dios. La verdad es que el espectador se queda con las ganas de conocer más detalles de esa encuesta: cómo se han hecho las preguntas, y, sobre todo, quién la encargó, si el Vaticano, la CIA, la iglesia presbiteriana o la del Séptimo Día. Porque no se deben afirmar estas cosas sin hacer una encuesta.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

5 '
0

Compartir

También de interés.

El enigma de la evolución