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Cómplice del lector

Cómplices de ciudad

ROBERT SALADRIGAS

Alfaguara, Madrid

232 págs.

2.300 ptas.

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Alguna vez, en el metro, cuando al volver del trabajo todos los rostros son comunes y las preocupaciones asoman bajo la resignación de la rutina, y aún peor, de lo incomunicable, quién no se pregunta por la vida de sus cansados y silenciosos compañeros de vagón… tan recluidos en sí mismos como la propia mirada. Todos tienen una historia, una al menos, que los llevó a traspasar la «línea divisoria» entre la intimidad más secreta y la rutina de la realidad exterior. El miedo, la duda, el conflicto, la extrañeza, los deseos y a veces el amor tienen entonces oportunidad para inquietarnos.

Cómplices de ciudad es un libro de relatos urbanos, pero no son los argumentos, sino la fijación obsesiva con que los personajes los viven, lo que le da pleno sentido. Robert Saladrigas nos cuenta las historias por dentro, más acá de la carne, hacia los torbellinos, vértigos y exaltaciones que la soledad causa. Se ausculta el pulso real pero invisible de los días expuestos a la tiranía del cemento, aparentemente enloquecidos por la actividad, aparentemente multitudinarios, y sin embargo lentos, aislados y agónicos. Es ahí donde el autor coloca su sensible fonendoscopio, contiene el aire y deja que oigamos el latido monótono, castigado y solo de la ciudad. Cierto es que se sirve de Barcelona, pero las verdades que delata pertenecen a toda muchedumbre expuesta a la aglomeración y a la prisa, al desencuentro. A la tiranía del asfalto.

Saladrigas hace hablar a la inocencia, a la locura, a la vejez, a lo inevitable. Es la misma sombra de la muerte y sus heraldos la que pasea entre las páginas, pero el criterio se descubre a pesar de todo, y sobre todo, y contra todo, cien por cien humano. No importa que sean estertores, lo que interesa es el sonido del alma, cualquier resquicio por donde huir de la prisión urbana. La atmósfera evoca por momentos a las mejores historias de misterio, sensación que se culmina en Murió porque no quería nacer, pero que se extiende a lo largo y ancho del libro. Incertidumbre, expectación e intriga son sus triunfos. Todo ello gracias a la ansiedad con que esperan y finalmente afrontan los personajes esa pequeña porción del día que mantiene su existencia en vilo. Nos contagiamos del ambiente, lo vivimos, intuimos lo inesperado o nos dejamos llevar hacia la nada guiados por una prosa sencilla y directa. El libro nos envuelve, participamos del ritmo quedo y grave, creeríamos cualquier cosa porque nos tiene absorbidos. Nos captura.

Verdad que a veces deseamos la contundencia de un golpe seco y duro en los finales, echamos en falta ese punch noqueante que nos obligue a parar y tomar aire antes de reanudar la lectura. Pero al prescindir de él se refuerzan la clave y pauta de los doce relatos: la extrañeza de lo rutinario, lo que hay detrás de tantas vidas. Al fin y al cabo la ciudad es casi siempre decepcionante. Lo ocurrido carece de importancia, a menudo la historia queda abierta como un charco en mitad de la calle, no hay final. No se pretende. Saladrigas insiste en romper el decorado de hormigón, en mirar a través de sus grietas, no quiere tanto historias como almas empeñadas en vivirlas. Todo es cotidiano y sin embargo intenso por más que nada, o sólo muy poco, acontezca realmente.

Cómplices de ciudad distrae, transporta y acompaña. El urbanita lector de metro no debería perdérselo. Se trata de un buen libro.

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Ficha técnica

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