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Una utopía racial

La llegada del Tercer Reich. El ascenso de los nazis al poder

RICHARD J. EVANS

Península, Barcelona, 670 págs.

Trad. de José Manuel Álvarez Flórez

La nacionalización de las masas. Simbolismo político de masas en Alemania desde las guerras napoleónicas al Tercer Reich

GEORGE L. MOSSE

Marcial Pons, Madrid, 288 págs.

Trad. de Jesús Cuéllar

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¿Cómo fue posible la llegada de Hitler al poder? Esta pregunta ha sido la piedra angular de numerosos estudios sobre el nazismo, y sus respuestas han variado en cada época. Las obras ahora publicadas en España de George L. Mosse, La nacionalización de las masas, y Richard J. Evans, La llegada del Tercer Reich, constituyen dos referentes primordiales para abordar esta cuestión, al superar con éxito el reto que plantea todo estudio riguroso sobre el fascismo. En palabras del propio Mosse: explicar lo irracional en términos racionales.

LA «REVOLUCIÓN DESPLAZADA»

Pese al tiempo transcurrido desde su publicación en 1975, la lectura del libro de Mosse (Berlín, 1918-Madison, 1999) continúa siendo enriquecedora.Aparecido cuando las tesis en boga sobre el fascismo lo consideraban un instrumento del capitalismo o incluso una «ocupación» del país por una minoría bárbara, introdujo perspectivas rompedoras. Pero ello pasa inadvertido en la presente edición al no contar con un prólogo que así lo explique, una carencia sorprendente y que contrasta con la iluminadora introducción que Renzo de Felice escribió para la edición italiana de la obra en 1982. En ella afirmó justificadamente que pocos libros tenían «tanta potencia sugestiva» como éste y estaban tan llenos «de verdadera cultura y de estímulos intelectuales y de sugerencias metodológicas y temáticas» Renzo de Felice, «Introduzione all'edizione italiana», La nazionalizzazione delle masse (Bolonia, Il Mulino, 1982), pp. 7-18..

Y es que Mosse trazó un marco espectacularmente innovador para interpretar el hitlerismo, al inserir su ascenso en un lento proceso de nacionalización de las masas iniciado con las «guerras de liberación» (1813-1814) ante la ocupación napoleónica. En este contexto, el nazismo conservó las técnicas de la política de masas desplegadas durante más de un siglo y las puso a su servicio. No obstante, Mosse no pretendía estudiar los orígenes de este movimiento, sino demostrar la importancia de la estética de la política en el desarrollo de Alemania como «uno de los muchos factores que contribuyeron al desarrollo del Tercer Reich».

Así, estudió con detalle los distintos elementos que configuraron progresivamente la «liturgia nacional» nazi, como los monumentos nacionales, los festejos públicos o el activismo de distintas organizaciones de masas. Como subrayó De Felice, ello cuestionó las tesis sobre el totalitarismo que otorgaban centralidad absoluta al uso del terror y a las relaciones establecidas entre el líder y el pueblo. Demostró que el nazismo halló una base decisiva para actuar en los mitos y cultos de los movimientos de masas precedentes y con tales elementos forjó un «culto nacional» que devino en una alternativa a la democracia parlamentaria. En este aspecto, Hitler llevó al extremo la política de masas (eliminó a los espectadores y recurrió sólo a actores) y logró que muchos alemanes lo percibieran como algo más próximo y democrático que la fenecida República de Weimar. Mosse concluyó de su análisis que el nazismo fue «una revolución desplazada» en la medida que no comportó «ningún cambio social o económico fundamental» y pretendió «crear un mundo restaurado, revivir la auténtica moral, la fuerza tradicional que mantenía a los hombres unidos» frente al judío, símbolo «del fundamento maligno de la modernidad».

La obra marcó una fructífera línea de trabajo y aún hoy muchas de sus páginas destilan brillantez, como las dedicadas al gusto estético-político de Hitler, apuntando que su formación intelectual se estancó «cuando el mundo estaba entre 1890 y 1910». Un último apunte: Mosse no teorizó sobre el nazismo desde la lejanía, pues nació en el seno de una familia judía acomodada, abandonó Alemania en 1933 y, last but not least, al elaborar sus tesis sobre el significado del monumentalismo arquitectónico y urbanístico nazi contó con el testimonio de Albert Speer, que revisó el manuscrito.

LA SÍNTESIS DE REVOLUCIÓN Y RESTAURACIÓN

El ensayo de Evans (Londres, 1947) es de naturaleza muy distinta. Inquieto por ofrecer una visión actualizada de los conocimientos actuales sobre el nazismo (cuya bibliografía supera las treinta y siete mil entradas), el autor ha emprendido una tarea hercúlea: escribir una trilogía que explique el ascenso y caída de este movimiento a un público muy amplio. Su primer volumen supera el reto con éxito al brindar una excelente síntesis divulgativa e interpretativa, muy cuidada en los aspectos formales.

Evans maneja su extraordinaria erudición con sorprendente soltura y una habilidad narrativa poco frecuente, creando tensión dramática y complicidad con el lector. Sabe combinar con acierto la descripción del marco general con el dato concreto (ilustra el impacto de la Gran Depresión en sectores populares recurriendo al descenso del consumo de cerveza), traza gráficas biografías de los protagonistas e intercala testimonios de gente anónima con los de actores principales. Asimismo, desmenuza tópicos extendidos –como la «locura colectiva» de los alemanes– o visiones fatalistas que presentan el triunfo nazi como inevitable. Y es que Evans, pese a dirigirse a un público amplio, no escatima complejidad en el relato y su buen quehacer demuestra que las fronteras entre ensayos interpretativos y síntesis divulgativas pueden ser muy frágiles cuando se domina el material de trabajo con maestría.

Para explicar los orígenes del nazismo se remonta a la era de Bismarck, remarcando el legado de su autoritaria actuación y destacando cómo el culto a su memoria se materializó en la búsqueda de un nuevo caudillo. Describe la Alemania anterior a 1914 como un país desgarrado por las tensiones provocadas por una rápida modernización, que se engarzaron con ideas contrapuestas sobre la naturaleza de la nación y del Estado y su posición internacional. La derrota sufrida en la Primera Guerra Mundial exacerbó estas contradicciones y conformó la atmósfera que alumbró el nazismo. Pero Evans destaca que en 1918, al proclamarse la República de Weimar, los extremistas eran una minoría y que para que irrumpiesen en la «gran política» tenían que acabar con la joven democracia.

La Gran Depresión económica que sacudió el país facilitó la difusión de la idea de hallarse en un «mundo patas arriba», dada la concatenación de derrota militar, amenaza revolucionaria y crisis económica, agitando el fantasma de unas finanzas internacionales controladas por pérfidos judíos. Sobre este telón se proyectaron otras crisis, unas simbólicas (como la rebelión de la masculinidad, ante la incorporación de la mujer al trabajo) y otras reales (como el hundimiento de la Seguridad Social). Semejante contexto explicó el progresivo ascenso del nazismo, que experimentó un crecimiento cualitativo gracias al apoyo inicial de sectores rurales del norte. No obstante, según Evans, en otoño de 1929 la República parecía haber sorteado las tormentas de inicios de la década (inflación, ocupación francesa, conflictos armados, trastornos sociales) y los nazis parecían constituir un colectivo marginal. Sólo el colapso bursátil de ese año permitió su expansión. Cuatro años antes del triunfo de Hitler se vislumbraba aún lejana su victoria.

El NSDAP se convirtió en un partido de protesta sin propuestas y Evans destaca la paradoja de que cuando Hitler accedió a la cancillería en 1933 con el apoyo de una derecha nacionalista miope –que creyó poderle controlar a su gusto–, su apoyo social decrecía y la depresión tocaba fondo. Para este historiador, «lo que sucedió a continuación en la historia del Tercer Reich fue un resultado inevitable del nombramiento de Hitler como canciller», lo que permitió que su movimiento se impusiera por la violencia. «Únete a los matones para que no te peguen» fue la filosofía que animó al grueso de sus simpatizantes.

¿Protagonizó Hitler una revolución? Si en 1975 Mosse argumentó la existencia de una «revolución desplazada», para Evans la respuesta es distinta: los nazis «consideraban que estaban deshaciendo toda la obra de la Revolución Francesa y dando marcha atrás al reloj, en sentido político. […] La Revolución nazi debía ser la negación en la historia mundial de su predecesora francesa, no su culminación histórica». En este sentido, el nacionalsocialismo ofreció «una síntesis de revolución y restauración»: no se proponía «una destrucción completa del sistema social como en París en 1789 o en Petrogrado en octubre de 1917», pues lo que le importaba «era la raza, la cultura y la ideología». Por tal razón, en los años siguientes se crearon instituciones destinadas a «reconfigurar la psique alemana y reconstruir el carácter alemán» y edificar así «una utopía racial». Ello creó el terreno para el Tercer Reich, una dictadura sin parangón histórico. Evans apunta sus trágicas consecuencias cuando, al analizar la quema de libros por los nazis en 1933, recuerda la sentencia del poeta Heinrich Heine (1797-1856): «Donde se queman libros, al final se quemará también a la gente».

En definitiva, los dos magníficos estudios de Mosse y Evans plantean buenas preguntas para comprender el ascenso del nazismo y ofrecen respuestas inteligentes y llenas de matices, lo que justifica sobradamente su lectura.

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Ficha técnica

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