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Un retrato sugeridor

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Parece temerario, tal y como está de rebosante el mercado, lanzar a la calle una nueva colección de novela. El empeño se explica si se tiene en cuenta que tras ella anda un potente grupo editorial y que busca un rasgo definidor, el de la excelencia. La propia editorial ha puesto mucho énfasis en subrayar este concepto plasmado en el helenismo que da título a la serie, «Areté». Haciendo honor a esa idea, de entrada destaca la calidad material y el buen gusto de los libros, no lujosos pero sí elegantes y sólidos. Son libros abocados, lo mismo que la buena literatura, a la permanencia, y no al usar y tirar propios de gran parte de la edición de hoy. Este continente dice mucho también del contenido: una apuesta por la exigencia, obvia con sólo mencionar el nombre del autor que tengo entre manos, Gonzalo Suárez. A Gonzalo Suárez lo definió muy bien un estudioso, Javier Cercas, como un outsider de nuestra novela. Buscó, en fechas madrugadoras, por los años sesenta, la renovación del realismo social, en la que fue un pionero, y luego ha seguido, de forma guadianesca, dando ficciones culturalistas y fantásticas que sólo guardan respeto a sus fueros privados de creador. En paralelo, ha hecho una original labor en el cine, con películas por lo común cultas, casi intelectuales, refinadas, de complaciente esteticismo…, en suma, muy elitistas, a pesar de lo cual ha conseguido algunos éxitos regulares, debido a su calidad. El cine y la literatura de Suárez tienen muchos puntos en común (en temas, enfoques y hasta en técnicas) y una idéntica vocación minoritaria. La novela que ahora presenta, Ciudadano Sade, no escapa a una voluntad de rigor (ni una sola concesión hace al morbo que sugiere la provocadora figura de la que se ocupa), pero tiene una concepción muy poco vanguardista. Ciudadano Sade es una biografía incompleta, documental y fabulada, del famoso noble, escritor y libertino francés. El sintético título entraña una ambivalencia. Por un lado, viniendo de nuestro autor, remite a Orson Welles y, por tanto, a un emblema de la arrogancia prepotente. Por otro, anuncia el paso real del personaje desde el estamento nobiliario hasta el estatus común que le impuso la Revolución francesa. Pero hay más. Sin rebajar la arrogancia y soberbia como rasgos de Sade, al convertirlo Suárez en «ciudadano» hace una cuidadosa operación: lo aleja del todo del Kane cinematográfico y lo acerca a un ser patético y dolido, engreído hasta en su enajenación e incapaz de claudicar de unos principios que tienen un doble motor, la transgresión y la defensa de la libertad. La provocación y la irreverencia son puntales de un comportamiento contra el que actúan otras gentes hasta reducir a Sade a la condición de demente encerrado en un manicomio donde, última de sus provocaciones, lleva a cabo la puesta en escena de sus obras teatrales. Si nuestro autor no oculta una repulsa del marqués, también destaca en su trayectoria la fascinación que éste despierta incluso en quienes labran su definitiva ruina, sobre todo en un «policía de costumbres» de Luis XV y en su suegra. Ese traer a primer plano la capacidad seductora de Sade constituye un valioso elemento dramático porque abre la puerta a una personalidad enigmática. Una de las afortunadas claves de la novela radica en delinear bien ese enigma, y rehuir el perfil cerrado de un carácter espantoso. Para ello, Suárez plasma primero una época crucial y sus avatares con vigorosas y sintéticas pinceladas. En ella emplaza una figura singular sobre la que no hay un pronunciamiento explícito, pues ni hallamos la condena en aras del moralismo ni la idealización en nombre del malditismo. Es significativo que las prácticas aberrantes de Sade no parezcan inspirar a Suárez tanto como otros hechos independientes del marqués: así, las páginas de más estremecedora plasticidad las logra en el relato de los sangrientos episodios posteriores a la toma de la Bastilla. Este conjunto de elementos constituyen el soporte dinámico, la materia histórica y humana en la que descansa una narración compleja y de fundamentación intelectual. Así, toda ella está salpicada por referencias, casi abusivas, al teatro y al sentido teatral de la vida. También la compulsiva actividad literaria de Sade, en la que se encierra lo más positivo del libertino, entraña un valor cultural, pues viene a decir que en la escritura está el refugio último de la libertad. Pero estas y otras cuestiones no se abordan de manera especulativa. Al revés, Suárez se demora en el hombre, en su ejercicio de la crueldad, también en su carácter monstruoso, y en las reacciones de ternura, fidelidad y complicidad que sus aberraciones suscitaban. El propósito de Suárez, pues, está en dar vida al enigma del personaje. Por ello no tiene inconveniente en fantasear la biografía cierta. Eso hace con dos personajes (Marais, el policía mencionado, y RenéePélagie, la esposa) que lo ensombrecen. Esas dos figuras las intuye con verdadera independencia y con una fuerza artística que no siempre se alcanza en el retrato del propio Sade. Lástima que Suárez no agote todas las posibilidades que encierran porque, puestos a despegarse de una biografía canónica y a novelizar la vertiente íntima de aquélla, un mayor desarrollo de estos personajes hubiera redondeado la ya convincente y satisfactoria atmósfera de la novela. Esa atmósfera es inseparable de una ideación muy plástica y muy dinámica. El relato se organiza en breves capítulos que respetan las leyes de lo narrativo pero con resonancias cinematográficas y teatrales. Tan es así que abunda el diálogo, y lo narrativo y descriptivo se presentan con oraciones simples y breves emparentadas con las indicaciones de un guión para un film o con las acotaciones para un drama. Aciertos plásticos, veracidad en el cuadro colectivo, ritmo vivaz y penetración psicológica se juntan en el retrato de un personaje excepcional al que se asedia e ilumina, sin agotarlo deliberadamente. Suárez hace una propuesta de «lectura» que incita a buscar las otras caras de la poliédrica personalidad de Sade. Esto lo ejecuta con un relato bastante convencional, sin renunciar por ello a una profunda creatividad. Podría ser, pues, el título que permitiera a Gonzalo Suárez su difusión fuera de círculos muy restringidos.

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Ficha técnica

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