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Muerte en una familia

LA FAMILIA WITTGENSTEIN

Alexander Waugh

Lumen, Barcelona

Trad. de Gerardo Páez

486 pp.

24,90 €

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En esta biografía colectiva de una familia de talento y extraordinariamente excéntrica, el ramal principal es la carrera de Paul Wittgenstein, el pianista manco. En torno a ella, Alexander Waugh ha dispuesto una historia familiar que Ludwig Wittgenstein, en una conversación en 1937, definió como «tragedias»: «suicidios, locura o peleas». Aunque a menudo deprimente, se trata de una narración vívida, detallada, enormemente legible, aunque ocasionalmente idiosincrásica, basada en una amplia investigación archivística. Waugh nos brinda no sólo un nuevo complemento indispensable a nuestro conocimiento de la familia Wittgenstein, sino un ejemplo aleccionador de cómo las vidas fueron devastadas por la «guerra civil europea» de 1914-1945.

Como compositor y autor de introducciones a la ópera y la música clásica, Alexander Waugh se encuentra perfectamente capacitado para situar a Paul Wittgenstein en el centro de su relato. En el primer mes de la Primera Guerra Mundial, Paul resultó herido en un enfrentamiento con el ejército ruso. Su codo derecho quedó destrozado. Le amputaron el brazo en un hospital de campaña. Mientras estaba llevándose a cabo la operación, el hospital y todos sus pacientes fueron capturados por los rusos. Durante más de un año, Paul, al igual que otros prisioneros de guerra, sufrió terribles privaciones en Siberia, contadas aquí con un detalle despiadado pero necesario. Uno de los peores lugares de confinamiento era la fortaleza de Omsk, donde Dostoievsky había estado encarcelado en la década de 1850. El relato de Paul de personas apretujadas en un espacio reducido, comida incomible e intimidación de los funcionarios recuerda asombrosamente a lo que contó Dostoievsky de su propio cautiverio.

Tras su liberación, en noviembre de 1915, Paul se dispuso a reanudar obstinadamente la carrera como pianista de concierto que había iniciado sólo dos años antes. Además de una determinación excepcional, contaba con la ventaja del dinero. Gracias a él pudo encargar composiciones para la mano izquierda a muchos compositores destacados, como Hindemith y Korngold, y más tarde Richard Strauss, Prokofiev, Ravel y Britten. Sin embargo, Paul era un cliente difícil. La Música para piano con orquesta de Hindemith le pareció ininteligible y, aunque pagó por ella, jamás la interpretó; según Waugh, la obra no llegó a conocerse hasta 2005. El Concierto para la mano izquierda de Prokofiev recibió un tratamiento semejante. El Concerto pour la main gauche de Ravel sí se interpretó pero, sin consultar al compositor, Paul lo modificó tan drásticamente que Ravel pensó que lo había echado a perder. Las Diversions de Britten sufrieron menos cambios, pero esos pocos provocaron idéntica amargura. Los deseos de mecenas y artista estaban llamados a chocar: el primero pensaba que podía hacer lo que le viniera en gana con la obra por la que había pagado; el segundo tendió hacia la posición extrema de Ravel, para quien los intérpretes eran esclavos de la autoridad del compositor.

La determinación de Paul para superar su minusvalía provoca que nos mostremos reacios a plantear la descortés pero necesaria pregunta: ¿sus ejecuciones con una mano fueron fundamentalmente éxitos musicales, o un triunfo de la voluntad? Waugh cita sin comentario una dura crítica de Ernest Newman que acusa al pianista manco de recurrir a «una serie de artificios y trucos que pronto resultan tediosos». Cerca del final del libro, Waugh expresa su propio juicio, encontrando serias imperfecciones en tres de las cuatro grabaciones conservadas de Paul, y lamentando que persistiera durante demasiado tiempo en ofrecer «interpretaciones públicas de una calidad cada vez menor» hasta un año antes de su muerte.

La música es merecedora de un lugar central en este libro, ya que fue casi la única cosa que mantuvo unida a una familia extraordinariamente diversa. Los Wittgenstein fueron un ejemplo señero de esa devoción centroeuropea por la Bildung que ahora despierta tanta nostalgia. Karl Wittgenstein –padre de nueve hijos, de los que Paul y Ludwig eran los más pequeños– era el tipo de hombre de negocios hecho a sí mismo del que en Gran Bretaña podría esperarse que fuera una persona indiferente a la cultura. Él, sin embargo, adquirió una vasta colección de manuscritos musicales, así como cuadros y muebles antiguos.

Además de la música, a los Wittgenstein les unía una enorme fortuna familiar. Karl la adquirió casándose con una mujer rica y por medio de una serie de operaciones comerciales arriesgadas y con frecuencia turbias. Invirtió prudentemente gran parte de su dinero en el extranjero, gracias a lo cual, tras su muerte, su familia no se vio afectada por la hiperinflación de la posguerra. A menudo se mostraban displicentes con sumas desmedidas. Paul hizo el mejor uso de su fortuna como mecenas musical. En 1916 gastó un millón de coronas en sobretodos del ejército para prisioneros de guerra austríacos, y se aseguró de que las prendas se confeccionaban y distribuían debidamente. Ludwig entregó la misma suma al ejército austríaco para que construyeran un nuevo cañón de mortero gigante, pero el dinero no llegó a utilizarse nunca y finalmente acabaría perdiéndose con la inflación. Después de la guerra, entregado a una sencillez tolstoiana, dio el dinero que le quedaba a tres de sus hermanos, excluyendo a su hermana Margarete (Gretl) que, comprensiblemente, se sintió ofendida.

La riqueza se tornó en una maldición cuando los nazis se hicieron con el control de Austria en 1938. No estaban dispuestos a permitir que una familia rica emigrara sin confiscar la mayor cantidad posible de los activos de los Wittgenstein (invertidos en su mayor parte en Suiza) y asegurando sus manuscritos en la Biblioteca Nacional Austríaca. Se mantuvieron complejas negociaciones con el Reichsbank, reconstruidas por Waugh con todo detalle. Gretl, que había contraído matrimonio con un norteamericano y había adquirido la nacionalidad estadounidense, era la que tenía la mayor libertad de movimiento y fue la encargada de representar a su familia. Ella y sus dos hermanas intentaron imprudendemente adquirir pasaportes falsos, pero fueron engañadas por un estafador y pasaron una breve pero angustiosa temporada en prisión. Estas negociaciones distanciaron finalmente a Paul de Gretl y confirmaron el alejamiento de Paul y Ludwig.

Las negociaciones con los nazis fueron de crucial importancia porque los Wittgenstein constataron horrorizados cómo, de acuerdo con las Leyes de Núremberg, habían sido clasificados como judíos plenos. Su abuelo, Hermann Christian Wittgenstein, había nacido en el seno de la religión judía y era hijo de Moses Meyer Wittgenstein, que fue factor de la familia principesca de Wittgenstein, y no había sido bautizado hasta los trece años, cuando adoptó esos nombres de pila tan germánicos. Otros dos abuelos eran también inequívocamente judíos. Al contrario que Brian McGuinness, que en su biografía Young Ludwig (El joven Ludwig, 1988) revela esta información en las páginas iniciales, Waugh la reserva hasta la parte final de su narración, presumiblemente para hacernos compartir la conmoción de los Wittgenstein.

Al hacerlo así, sin embargo, Waugh introduce una distorsión, pues anteriormente nos había dicho que los Wittgenstein, especialmente Paul y Ludwig, eran tendentes a menospreciar a los judíos. Marga Deneke, amiga de Paul, escribió: «Si alguna vez nombraba a los judíos, lo hacía con el odio del perro por el lobo», y Ludwig consideraba a los judíos «criaturas antinaturales» porque todos los países les resultaban extraños. La presentación de Waugh oscurece el hecho de que estamos ante expresiones no sólo de antisemitismo rutinario, sino de incomodidad con su propia ascendencia judía. Nos dice que Ludwig juzgaba a los judíos incapaces de crear arte original; de hecho, Ludwig afirma en Cultura y valor que en toda la vida intelectual, incluida la filosofía, los judíos pueden únicamente reproducir y exponer la obra original de los no judíos. «El mayor de los pensadores judíos no es más que un talento. (Yo, por ejemplo.)». Si aceptamos que Paul y Ludwig sentían este tipo de dudas personales, entonces sus carreras extraordinariamente tenaces pueden verse (entre otras cosas) como esfuerzos para superar la supuesta «judeidad» residual dentro de ellos mismos.

Esta preocupación ayuda a explicar la admiración por lo demás inexplicable que Ludwig sintió por Otto Weininger, una figura que aquí nunca acaba de enfocarse del todo. Weininger se suicidó notoriamente a los veintitrés años, poco después de publicar su enorme y excéntrico tratado Sexo y carácter (1903). Weininger mantiene en su obra que todas las personas tienen una mezcla del principio masculino M y el principio femenino F; que M está asociado con la creatividad, el genio, la moral y la razón; y que F predomina en las mujeres y en los judíos, que, por tanto, carecen de esas capacidades. En una nota a pie de página, Weininger reconoce que él mismo es de ascendencia judía. Su suicidio, en consecuencia, parecía lógico, y el propio Weininger un modelo de autenticidad personal.

Waugh se muestra deseoso de encontrar alguna conexión entre el suicidio de Weininger y los suicidios en la familia Wittgenstein. El tercer hijo, Rudolf, se quitó la vida en 1904, quizás animado por algo que guardaba relación con su homosexualidad. Su hermano mayor, Hans, se esfumó en 1902 y se dijo que se había ahogado voluntariamente en la bahía de Chesapeake, pero Waugh cree que el muy publicitado suicidio de Weininger animó a los padres de Wittgenstein a hacer público que también Hans se había suicidado. Esto no puede ser otra cosa que especulación. Un tercer hijo, Konrad («Kurt»), murió en circunstancias inciertas en el otoño de 1918 en el frente italiano: es posible que se suicidara antes que obedecer una orden que habría llevado a sus tropas a una muerte inevitable.

Es difícil, sin embargo, establecer algún tipo de conexión entre todos estos suicidios. Waugh subraya la atmósfera malhadada sacando a colación otros suicidios siempre que puede. Ludwig tenía previsto asistir a las clases del físico Ludwig Boltzmann de no haber sido porque éste se suicidó en 1906. Oskar Nedbal, que dirigió el concierto de presentación de Paul en 1913, se tiró diecisiete años después por la ventana desde una gran altura «y no volvió a saberse de él» (un extraño eufemismo para la muerte). Paul fue condecorado por su valentía por el gran duque de Mecklenburgo, que se pegó un tiro quince meses después. Estos detalles gratuitos hacen que el libro corra el riesgo de leerse en ocasiones como un jadeante carnaval de desastres.

¿Qué puede decirse sobre la dinámica de la familia Wittgenstein? Un padre dominante que ejerció una presión insoportable sobre sus hijos, y una madre tímida que les ofreció demasiado poco calor para contrarrestarlo, crearon un ambiente en el que había que afirmarse a toda costa o sucumbir. El carácter irritable habitual entre los hermanos, especialmente Paul, Ludwig y Gretl, sugiere una ausencia de trabazón emocional.

Pero existe también la posibilidad, no contemplada por Waugh, de que Hans, Paul y Ludwig hubieran de ubicarse en alguna parte de lo que ahora recibe el nombre del espectro autista. Las tendencias autistas son compatibles con un funcionamiento mental de muy alto nivel. Pueden encontrar expresión no sólo en una conducta extremadamente individualista y tenaz como la de Paul y Ludwig, sino también en una ausencia aparente de sentido común que podría tildarse mejor de una escasa tendencia a alejarse de caminos familiares. Alojado en un hotel de Nueva York, Paul dejó su ropa fuera de la habitación confiando en que se la lavarían; cuando se la robaron no se le ocurrió, hasta que alguien se lo sugirió, que podría comprarse otra. Esto suena como algo parecido a la forma de autismo de alto funcionamiento que recibe el nombre de síndrome de Asperger, que ya se le ha atribuido preciamente a Ludwig. El autismo sigue entendiéndose aún de manera imperfecta, pero tiene probablemente un importante componente genético. Su aparición en varios hermanos no constituiría, por tanto, ninguna sorpresa. Dado que Alexander Waugh proporciona detalles técnicos considerables sobre la historia médica de sus biografiados, es una pena que no haya ampliado el campo de exploración de su psicología. Esto, sin embargo, no supone una merma significativa del valor de la compleja y fascinante narración que nos ha regalado.

Traducción de Luis Gago

© The Times Literary Supplement
www.the-tls.co.uk

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