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Biografía de Kant en su bicentenario

Kant. Una biografía

MANFRED KÜHN

Acento Editorial, Boadilla del Monte

Trad. de Carmen García-Trevijano Forte

608 págs.

30 €

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Immanuel Kant se encuentra, sin duda, entre los filósofos más celebrados, leídos, estudiados y discutidos hoy, de modo que su influencia se hace notar en muchos ámbitos de la reflexión actual: en teoría del conocimiento y en metafísica, en moral y en estética, en la reflexión sobre el derecho, la historia o la religión. Pero su vida ha quedado muy por debajo de ese interés, máxime cuando en el dintel de su primera Crítica citaba la consigna de Bacon: «Sobre nosotros mismos callamos», pidiendo que la atención se centrara en la obra y en el asunto mismo. Además, su biografía quedó bastante enterrada bajo unos cuantos tópicos caricaturescos –como si fuera casi un autómata– delineados por sus primeros biógrafos, que sirvieron como puntas de ataque para vaciar de fuerza vital a su filosofía y ridiculizarlo o, como mucho, reírse condescendientemente de él. Pensamos tener una vida más apasionante porque nos movemos irregularmente, y olvidamos incluso la pasión de pensar, o el gozo de encontrar y construir. No sólo conoció su gloria, él, que procedía de una familia de escasos recursos, sino que sus contemporáneos lo percibieron como un mazazo a la metafísica anterior y lo compararon con Moisés o la Revolución Francesa. Algunos, por ejemplo el joven Fichte, declaraban vivir en un mundo nuevo gracias a su obra, pues sólo él lograba unir razón y libertad, y nos infundía un enorme respeto ante la humanidad.

Pues bien, el bicentenario de su muerte, que tuvo lugar este año, ha dado motivo no sólo a numerosas celebraciones, congresos, reuniones, seminarios, conferencias, libros y números monográficos de revista en todo el mundo, sino que también –debido al carácter del acontecimiento-hemos asistido a la publicación de tres interesantes biografías de Kant que, con buena literatura, nos acercan al personaje. Steffen Dietzsch se dirige contra el tópico, bien extendido, de que Kant no tuvo «ni vida ni historia» (Heinrich Heine), sino que fue una «cabeza sin mundo» (Elias Canetti), y se preocupa por colocar a Kant en el contexto cultural de Königsberg, de sus instituciones y, sobre todo, de su Universidad. Manfred Geier, un especialista en filosofía del lenguaje, el Círculo de Viena y Karl Popper, nos proporciona una imagen viva del filósofo con datos fiables, da importancia a la discusión que Kant mantuvo con el teósofo sueco Swedenborg en los Sueños de un visionario como etapa decisiva en el complejo camino de Kant hacia la Crítica, y piensa que el motor de la vida y la obra de Kant es el motivo del «cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí». Pero la primera biografía en aparecer (la edición inglesa es de 2001) fue la de Manfred Kühn, que se ha traducido recientemente al español.

El material biográfico sobre Kant acumulado durante estos dos siglos y utilizado por Kühn es ya considerable. En ello hay que contar no sólo las obras y la correspondencia del propio filósofo, donde él da algunos datos sobre su persona, sino también los que se encuentran esparcidos en la múltiple correspondencia de sus contemporáneos, o procedentes de aquellos que fueron incluso invitados a su mesa, como Johann Gottfried Hasse. Entre estas fuentes han sido especialmente influyentes sin duda las tres primeras biografías, publicadas en el año de su muerte y escritas por tres teólogos de Königsberg, que habían sido alumnos suyos y que mantuvieron un trato asiduo con él Las tres se encuentran recogidas en Felix Gross y Rudolf Malter (eds.), Immanuel Kant. Sein Leben in Darstellungen von Zeitgenossen. Die Biographien von L. E. Borowski, R. B. Jachmann und E. A. Ch. Wasianski , Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1993. A éstas hay que añadir -entre las publicaciones con cierta entidad -otras tres, que no han sido reeditadas: Äußerungen über Kant, seinen Charakter und seine Meinungen. Von einem billigen Verehrer seiner Verdienste («Manifestaciones sobre Kant, su carácter y sus opiniones. De un sincero admirador de sus méritos», 1804), atribuida al profesor de medicina, colega y contrario a Kant, Johann Daniel Metzger; Immanuel Kants Biographie (anónimo, Leipzig, 1804, 2 vols.); y las Ansichten aus Immanuel Kants Leben («Aspectos de la vida de Immanuel Kant», Königsberg, 1805) de su discípulo Friedrich Theodor Rink, quien había editado la Geografía física (1802) y la Pedagogía (1803) de Kant, con los apuntes que éste fue escribiendo para sus lecciones. Antes de la muerte de Kant ya pudo leerse Kants Leben. Eine Skizze. In einem Briefe eines Freundes an seinen Freund («Vida de Kant. Un esbozo. En una carta de un amigo a su amigo», 1799), traducida del inglés y redactada por el discípulo de Beck, John Richardson; y Fragmente aus Kants Leben («Fragmentos relativos a la vida de Kant», Altenburg, 1802) del médico de Königsberg Johann Christoph Mortzfeld, unos fragmentos que, según Hasse, habían gustado a Kant, y según Wasianski, no. . Me refiero, en primer lugar, a la de Ludwig Ernst Borowski, traducida y editada por Agustín González, aunque sin tener en cuenta las correcciones que proponía Karl Vorländer en su trabajo de 1918. Borowski, que fue alumno en los primeros años de docencia de Kant –llegó a asistir a su primera clase en 1755– y que vivió después en Königsberg desde 1782, le había enviado el manuscrito al maestro en 1792, pero éste no le permitió publicarlo hasta después de su muerte. Así lo hizo, añadiendo entonces el relato de los últimos años. Reinhold Bernhard Jachmann, autor de la segunda («Immanuel Kant descrito en cartas a un amigo»), fue alumno y amanuense de Kant en los años ochenta, y uno de los más queridos y apoyados por él. En 1800 ambos proyectaron la redacción de una biografía, que es, de las tres, la mejor escrita y la más laudatoria. Por último está el texto de Wasianski («Immanuel Kant en los últimos años de su vida»), muy influyente para la imagen posterior de Kant. A partir de 1790, Wasianski se fue acercando a la intimidad de Kant, se hizo cargo de él, de su casa y de sus finanzas en sus últimos años, y fue nombrado albacea en su testamento. Él se detiene en la narración de muchos detalles de un Kant senil, que durante sus últimos seis años se fue deteriorando física y mentalmente, y esto, proyectado abusivamente hacia toda su vida, ha sido utilizado como material para interpretaciones psicopatológicas de la personalidad de Kant y de su obra. Es esta biografía, además, la que sirvió de base, muchas veces literal, al ensayista romántico Thomas de Quincey (17851859), famoso por sus Confesiones de un inglés tomador de opio (1822) o Elasesinato considerado como una de las bellas artes (1827), para redactar su escrito The Last Days of Immanuel Kant (publicado en Selections Graveand Gay , 1853 ss.), del que tenemos dos versiones en español: la de Edmundo González-Blanco (Los últimos días de Kant ), aparecida en Madrid en 1915, y reeditada por Amador Palacio (Madrid, Júcar, 1989), con introducción y abundantes notas; y la reciente de José María Borrás (Sevilla, Renacimiento, 2003), que él titula Vida íntima de Kant , y que presenta como escrita por Wasianski y Quincey, sin ningún tipo de nota aclaratoria al lector, ni siquiera la del título original, lo que originará indudablemente todo tipo de confusiones.

Entre estas primeras biografías y la de Kühn hay algunos hitos importantes. Me refiero, en primer lugar, a la de Fischer («La vida de Kant y los fundamentos de su doctrina»), uno de los fundadores del neokantismo: fue de lo poco que Nietzsche leyó sobre Kant. Formaba parte de su monumental Historia de la filosofía moderna (18521877, 6 vols.), que alcanzó los 10 volúmenes en la edición de 1897-1904, dedicándose a Kant los tomos 4 y 5. Pero sobre todo hay que recordar la labor del ya mencionado Karl Vorländer, cuya biografía aparecida inicialmente en 1924 es la que casi todos hemos ido utilizando hasta ahora y la que vienen ahora a reemplazar los tres nuevos trabajos ya mencionados, ya que recogen los nuevos materiales aparecidos, entre ellos los aportados por Ritzel, Malter, Brandt y Stark.

La biografía de Kant la escribió Kühn en inglés pues, aunque él está ahora en la Universidad de Marburgo y es de origen alemán, tiene la nacionalidad canadiense y trabajó largo tiempo en Estados Unidos, donde colaboró en la fundación de la Sociedad Kant Norteamericana en 1986. En el prólogo expone su posición frente a las biografías kantianas anteriores. Critica las tres primeras, porque se centran excesivamente en los últimos años de un Kant senil, no en los del creativo, y nos dan de él una imagen plana y sesgada conforme a sus intereses teológicos y políticos, que ha dado pie a una aburrida caricatura de la vida de Kant. Frente a ellas, Kühn prefiere los datos que contienen «la correspondencia de Hamann [que desempeña el papel de eco o contrafigura en gran parte del relato], Herder, Hippel, Scheffner y otros» (pág. 47). No sólo hay ahora nuevos datos que no tuvieron Vorländer, Cassirer o Gulyga, sino que los que había son susceptibles de otras interpretaciones. Teniendo esto en cuenta, cabe afirmar que «la vida de Kant es intrínsecamente interesante» (pág. 54), sobre todo si se une vida y pensamiento y se traza lo que Kühn pretende hacer: «una biografía intelectual de Kant» (pág. 54).

Cuando nació, a Kant le pusieron el nombre de Emanuel pues ése era el «santo» del día 22 de abril según el viejo almanaque prusiano, un nombre del que se sentía orgulloso por su significado: «Dios está con él», y que modificó en los años cuarenta por el de Immanuel al pensar que éste era más fiel al original hebreo. En este primer capítulo, dedicado a la infancia y primera juventud, Kühn se detiene en comparar el pensamiento moral, religioso y pedagógico maduro de Kant con el mundo de sus padres y su entorno pietista. Su padre pertenecía al gremio de los guarnicioneros que, si bien fueron decayendo económicamente por su competencia con los talabarteros, conservaron el orgullo de ser trabajadores independientes, con honor y honestidad en su duro trabajo, lo que constituye un cierto trasfondo del pathos kantiano. Más lejana, o incluso negativa, ve Kühn la relación de Kant con el pietismo debido a su componente sentimental, por su entrega a la ayuda sobrenatural divina y a la obediencia, y su propósito de quebrar para ello la voluntad del hombre y su autonomía. Pero Schulz, que fue su protector de la infancia, predicaba un pietismo no tan sentimental, sino más cercano al racionalismo de Wolff, y además Kant concibió la decisión moral como una revolución interior, al modo como los pietistas se imaginaban la conversión religiosa, aunque de signo diferente.

En el capítulo segundo se nos presenta la Universidad de Königsberg, las luchas entre pietistas, wolffianos y luteranos ortodoxos; era un centro con gran número de estudiantes y de una calidad aceptable. Entrar en el estamento especial de los estudiantes universitarios en 1740 significó para Kant un ascenso social. Se fue a vivir entonces fuera de la casa paterna y, además de las ayudas que recibía, se costeaba la vida jugando al billar o a las cartas, o ayudando en sus estudios a los más jóvenes, entre los que tuvo pronto seguidores. De entre los ochos profesores ordinarios de la Facultad de Filosofía, Kühn se detiene en Teske y en Knutzen, a los que ya Borowski había señalado como los que más influyeron en Kant. El primero fue el inspirador de la disertación doctoral de Kant Sobre el fuego (1755), pero respecto al segundo Kant habría tomado distancias desde su primer escrito sobre Las fuerzas vivas. Por falta de apoyo académico para quedarse en la universidad, debido además a su independencia –sobre todo respecto del pietismo– y a que no quería seguir la carrera eclesiástica, Kant no tuvo en 1748 otra salida que dedicarse durante siete años a ser profesor o preceptor particular, algo que no le agradaba demasiado, pero que debió de desempeñar satisfactoriamente. Con este motivo vivió durante tres años en Arnsberg, ciudad situada a unos 110 kilómetros al suroeste de Königsberg; eso, junto a las visitas en los años sesenta a Goldapp, el feudo de su amigo el general Lossow, situado a unos 120 kilómetros en la frontera este de Prusia, fue lo más lejos que llegó en su vida, pues sus otros viajes se mantuvieron en un radio de unos cuarenta kilómetros alrededor de su ciudad natal.

El tercer capítulo nos presenta a Kant en el momento en que la elegancia y la vida social ocuparon más espacio en su vida, años «en los que vivió casi a la manera de un dandi» (pág. 339), muy alejado entonces de los tópicos y de la vida reglada de la vejez. En una carta, Hamann le decía a Mendelssohn: «Kant es un hombre que ama la verdad tanto como las exquisitas maneras de la buena sociedad» (pág. 203). En 1755-1756 defendió tres disertaciones a fin de acceder a la docencia privada, aunque reconocida por la Universidad de Königsberg, y editó su Teoría del cielo, escritos que oscilan entre la física y la metafísica, entre Newton-Descartes y Leibniz. Como joven profesor, Kant fue bastante brillante, y atrajo poderosamente a los estudiantes por sus ideas propias y bien informadas acerca de la reciente filosofía inglesa y de Rousseau. La ocupación rusa (17581762) trajo a Königsberg prosperidad y una vida más libre y mundana, a la que el joven Magister supo acomodarse, también en sus costumbres y vestimenta –Kant fue siempre elegantemente vestido–, lo que tuvo continuidad cuando Prusia retomó el dominio de la ciudad. Entonces parece ser que pensó dos veces en casarse, pero se tomó tanto tiempo para reflexionar que una de las mujeres se mudó lejos de la ciudad y la segunda se casó con otro hombre de decisión más rápida. La condesa de Keyserlingk, en cuya casa había trabajado como preceptor, fue quizá su ideal de mujer, culta y refinada; ella lo invitó frecuentemente a cenar, y esa relación duró más de treinta años. Aunque pequeño y delgado, la mirada de sus ojos azules no dejaba de cautivar, y su inteligencia e ingenio lo convirtieron en un comensal apreciado por la sociedad elegante de la ciudad. El célebre astrónomo Bernoulli, que lo conoció en la casa de Keyserlingk en 1778, así lo atestigua: «Este famoso filósofo [el profesor Kant] se muestra en su trato como un hombre tan vivaz y cortés, y con una forma de vida tan refinada, que uno no sospecharía en él tan fácilmente el espíritu profundamente indagador; mucho ingenio, sin embargo, delatan enseguida sus ojos y los rasgos de su cara, y la semejanza de ellos con d'Alembert me llamaron especialmente la atención» (pág. 314, traducción algo modificada). Immanuel Kant. Kühn también se detiene en la relación de Kant con dos famosos: su conciudadano Hamann y su discípulo Herder, que se convirtieron en rivales. El único fundamento de prueba posible para la demostración de la existencia de Dios , de 1763, muestra la cumbre de su potencia especulativa en el período precrítico y le da a conocer en Berlín y en toda Alemania.

Kühn concede gran importancia a los años 1764 y 1765 en la vida de Kant y en la formación de su carácter: cumplió cuarenta años –cuando un hombre, según Kant, forma su carácter, es decir, comienza a seguir rigurosamente las máximas racionales en su conducta– y cambió su círculo de amistades. Kypke se retiró de la vida pública, y Funk, su amigo más íntimo, amante de la vida festiva, murió repentinamente. Al año siguiente apareció en su entorno el ilustrado comerciante inglés Joseph Green, un soltero de reglas estrictas, El hombre del reloj según la comedia de Hippel de 1765, honrado y maniático, admirador de Hume y Rousseau, que inmediatamente congenió con Kant y le fue atrayendo hacia su modo de vivir conforme a máximas rígidas, apartándolo progresivamente del modo de vida social anterior. Eso también le permitió a Kant poner sostén a su «débil constitución corporal», como él decía; pudo, sobre todo, imprimir a su vida un curso sereno y regular, en que él se sentía feliz, y concentrar fuerzas en la elaboración de su obra. Esas eran las actividades que a él le gustaban: las lecciones, la especulación y los contactos sociales con los amigos, a los que dedicaba varias horas diarias, y donde le gustaba más hablar que escuchar. Pero también nos describe Kühn el comportamiento timorato y embarazoso de Kant en el affaire de la joven esposa de Jacobi, que se divorció de su viejo marido para casarse con el mucho más joven Goesche, todos ellos miembros del círculo literario que frecuentaba el filósofo. Con motivo del libro Sueños de un visionario (1766) se hace un balance de toda la etapa precrítica, presentándose a Kant como un pensador alemán típico de esa época, que buscaba encontrar su propio camino tomando elementos de Wolff, del empirismo y del escepticismo. Creo que el autor no atiende al diferente ritmo de evolución que el pensamiento de Kant tiene entonces en el campo de la metafísica y en el de la ética, y al hecho de que la ruptura entre lo sensible y lo inteligible, que aparece en la Dissertatio de 1770, ya estaba preparada en los escritos de los años sesenta.

De las ofertas que Kant recibió –entre las que se encuentra la de ser continuador de la cátedra de Wolff en Halle, el puesto más prestigioso de entonces–, él aceptó en 1770 la de ser profesor ordinario de lógica y metafísica en su Universidad de Königsberg. Él sentía que cualquier cambio podía afectar a su salud y restar fuerzas para su obra, y además no quería alejarse de su círculo de amistades. Allí tenía todo lo que había deseado, excepto el ruido de los barcos, los carromatos y los gallos, que le hicieron cambiar dos veces de domicilio. Al no tener casa propia, Kant comía fuera, mezclándose con diversos tipos de gente, pero evitando a los ostentosos y las conversaciones que hostigaran la mente, a fin de «rendir honor al cuerpo». Se interesaba de tal modo por la composición de los buenos platos que su amigo y literato Von Hippel bromeaba diciendo que «antes o después escribiría una Crítica del arte culinario» (pág. 318). Sus clases eran muy concurridas, siendo las de antropología las más populares y accesibles, mientras que las de lógica y metafísica se hicieron más difíciles de seguir, aunque no pocos estudiantes acudían a ellas para estar bien considerados. En la década de 1770 Kant elaboró silenciosamente su magna obra, donde no sólo fue difícil encontrar la solución, sino más aún formular el problema. Le contó a Jachmann «que no había escrito una sola frase en la Crítica de la razón pura sin habérsela expuesto antes a Green y obtenido de él un juicio imparcial e incontaminado de cualquier otro sistema» (pág. 342). Esta obra fue entendida en un primer momento como un idealismo a lo Berkeley, o bien como un escepticismo cercano a Hume. En los Prolegómenos (1783), que Kant escribió para salir al paso de esas críticas, se acercaba más a Hume, mostrando a la vez sus diferencias. El reconocimiento del valor de su Crítica no vino hasta mediados de los años ochenta.

«La mayoría de los libros que han hecho famoso a Kant fueron escritos durante los años ochenta y primeros de los noventa. En aquella época su vida estuvo principalmente orientada a su trabajo, y el volumen de lo que produjo entonces es impresionante […]. La mayor parte de las leyendas que sobre él circulan se originaron también entonces» (pág. 339). El viejo Kant se adentraba en sus sesenta años –una edad inusual para la época–, con un proyecto que le parecía excesivo para sus fuerzas físicas; por eso, y por su natural ser hipocondríaco, se hizo algo obsesivo con su estado de salud. En 1784 se compró por fin una casa, aunque tampoco se libró enteramente del ruido. En junio de 1786 murió su íntimo amigo Green, y Kant comenzó a llevar una vida más retirada, si bien siguió asistiendo a algunas cenas de la condesa de Keyserlingk. Sabía moverse en el mundo de la nobleza, así como en el de sus iguales. «Kant impresionaba profundamente a los otros huéspedes no sólo por "sus extraordinarios conocimientos, […] que se extendían a las materias más dispares", sino también por su "bella e ingeniosa conversación […]; era capaz de revestir incluso las ideas más abstractas con los ropajes más atractivos, y analizar con claridad meridiana cualquier idea que surgiera. Dominaba a la perfección el sentido de lo bello, y a veces aderezaba su lenguaje con una ligera sátira expresada siempre en un tono de máxima seriedad"» (pág. 466). En 1787 contrató un cocinero e invitaba a tres o cuatro amigos a almorzar en su casa; estas conversaciones se prolongaban varias horas y se hicieron famosas. El primer invitado a ellas fue su antiguo estudiante y entonces colega Christian Jacob Kraus, al que Kant quiso convertir en íntimo amigo y defensor de su obra, pero Kraus se retiró en 1789 de ese trato por discrepancias filosóficas (fue el introductor de Adam Smith en Alemania) y por sentirse algo utilizado; Kant no volvió a tener ningún amigo como Green con el que compartir sus pensamientos.

Aunque, según Hamann, Kant era por naturaleza apasionado e impetuoso, debido a su edad, su enseñanza comenzó a perder vivacidad en los años ochenta, pero las clases seguían estando llenas y «los estudiantes tenían que acudir una hora antes a fin de asegurarse un sitio en el aula» (pág. 443). Los puestos de decano y de rector, cuando le tocó por turno ejercerlos, le desbordaban algo, pero desde que fue profesor apenas entró en su facultad otro que no contara también con su apoyo o aprobación. Dos acontecimientos contrapuestos removieron su mundo. El primero fue la publicación de los edictos de religión y de censura de Wöllner, aupado al Ministerio de Asuntos Eclesiásticos por el nuevo rey Federico Guillermo II, con los cuales Kant –considerado ateo por sus opiniones y porque nunca asistía a los actos litúrgicos– entró en conflicto durante los años noventa, entre otros por su escrito La religión dentro de los límites de la mera razón . El rey le prohibió, en 1794, hablar sobre temas religiosos. Kant dio a conocer su versión de todo este asunto cuando murió el monarca en El conflicto de las facultades (1798), defendiendo la libertad de la filosofía frente a la teología y el poder político. El otro hecho fue de signo contrario; se trataba de la Revolución Francesa de 1789 y su constitución, donde se proclamaba que los hombres nacen libres y con igualdad de derechos. Uno de sus conocidos dijo que Kant «vivió y se emocionó con ella; y a pesar de todo el terror, siguió manteniendo tan intactas sus esperanzas, que cuando se enteró de la proclamación de la república, exclamó profundamente excitado: "Ahora puedes dejar que tu siervo se vaya en paz a su tumba, pues ya he contemplado la gloria del mundo"» (pág. 475). Pero su horizonte no se limitaba al del Estado nación, sino que se abría al cosmopolitismo de una confederación mundial de Estados.

En los años noventa Kant gozaba de máxima autoridad filosófica en Alemania, pero su cuerpo y su memoria comenzaron a debilitarse, sus clases se hicieron algo aburridas (excepto las de antropología y geografía física) y sus propios continuadores, como Reinhold, Beck o Maimon, pero más aún Fichte, los románticos, Schelling y Hegel, iniciaron un camino propio de reflexión tan poderoso que antes de acabar el siglo Kant había sido dejado a sus espaldas. Friedrich von Lupin, que visitó a Kant en el verano de 1794, lo describe aún como «un magnífico conversador» capaz de gozar la comida «con gran fruición», concluyendo que «difícilmente hay un ser humano que viva más moral y felizmente que Kant» (págs. 495-496). En 1786 fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias de Berlín, en 1794 de la de San Petersburgo, y de la de Siena en 1798. Desde el verano de 1796 dejó de dar clases por motivos de salud (no había entonces jubilación), y sus fuerzas físicas y mentales se fueron apagando progresivamente. A partir de noviembre de 1801 le confió a Wasianski el gobierno de su casa y de su fortuna. Sufrió problemas gástricos, llegó a perder el sentido del tacto y del gusto, así como la visión y todos los dientes. Tuvo además dificultades para orinar y defecar, pero su muerte no se debió a una enfermedad grave, sino que fue consumiéndose, hasta que en 1804, a las once de la mañana del 12 de febrero, dejó sin más de respirar.

Con esto termina Kühn su relato, en el que ha ido insertando, en su momento de aparición, breves presentaciones de las obras de Kant, ofreciendo además interpretaciones que conectan vida y pensamiento. Eso hace más variada y amena su lectura, si bien no se evitan algunos saltos que obligan al lector a recomponer la unidad; quiero decir que el libro tiene a veces el aspecto de haber sido compuesto a retazos, de manera que no deja de haber algunas repeticiones (por ejemplo, que Königsberg albergaba aún instituciones importantes del Estado en las páginas 99 y 101) u oscuridades: no nos aclaramos si en 1758, la segunda vez que Kant solicita la plaza de profesor de lógica y metafísica, se trata una vez más, como en la primera solicitud, de la que había quedado vacante por la muerte de Knutzen en 1751 (págs. 141 y 170) –como han sostenido hasta ahora los biógrafos de Kant–, o bien de otra nueva dejada por Kypke, cuya muerte acaeció en ese mismo año de 1758 (págs. 124 y 181), si bien es siempre Buck el oponente que la obtiene (págs. 141 y 181). Por otra parte, no es verdad que Beck prepare la etapa poskantiana de Fichte (pág. 389), pues éste había comenzado dos años antes que aquél la elaboración de su propia filosofía.

La traducción es en general correcta y exhibe un buen castellano. Hay, sin embargo, detalles que deberían ser mejorados, como por ejemplo, traducir «which we knew by heart in all detail» por «que todos conocíamos tanto de corazón como en detalle» (pág. 594, nota 80) en vez de «que conocíamos de memoria con todo detalle». O verter la frase «He matriculated February 5, 1746» por «Kant se matriculó el 5 de febrero de 1746» (pág. 598, nota 12), cuando es claro que se trata de Kallenberg, pues Kant se había matriculado ya en la universidad el 24 de septiembre de 1740. En la página 664, nota 150, se traduce «he refers» por «Kant se remite», siendo así que resulta evidente que el «he» hace alusión a Allison y no a Kant. En la página 533 se dice: «Lo he encontrado un tanto cambiado con respecto a hace ocho años», cuando debería poner: «Ya lo encontré algo cambiado hace ocho años». El término Realgründe , que Kant utiliza en su libro Magnitudes negativas , no debería entenderse como «razones reales» (pág. 139), aunque el inglés utilice el término «reasons», sino por «fundamentos reales»; y del mismo modo la traducción del libro de Reinhold Versuch como Presentación no es preferible al de Ensayo. En la página 484, donde pone «secciones» debería decir «parágrafos», o en la página 284, en vez de «Mendelssohn afirmaba que podía», debería leerse: «que no podía». A veces se ofrecen las traducciones españolas de las obras de Kant que hay en el mercado, lo cual es una labor meritoria, pero en otras se omite, como ocurre con la Pedagogía, de la que hay versión publicada por Akal, y se sigue la inglesa. En algunos momentos se mantienen innecesariamente los títulos de obras alemanas en inglés, como The Man of the Clock (pág. 229) de Hippel, en vez de Der Mann nach der Uhr o, por el contrario, se transcribe una poesía en alemán sin traducir (pág. 628, nota 106). Las notas están colocadas al final, y numeradas por capítulos, lo cual hace doblemente incómoda su utilización sistemática y su localización accidental. Por último, uno echa de menos una articulación más pormenorizada del índice, debido a que sus bloques son demasiado extensos, y a que no facilita la consulta de las páginas donde se comenta en concreto una obra de Kant; en la edición alemana (Múnich, Beck, 2003) sí lo han hecho así, y sería interesante que lo introdujeran aquí en la reedición. No obstante, el balance final es altamente positivo y recomendable.

BIBLIOGRAFÍA

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Karl Vorländer, Die ältesten Kant-Biographien. Eine kritische Studien (Kant-Studien núm. 41). Berlín, 1918.
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