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Jaume I: un príncipe nuevo

JAUME I EL CONQUISTADOR

José Luis Villacañas

Espasa Calpe, Madrid

820 pp.

42,80 €

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En toda biografía debe haber ciertos rasgos de excepcionalidad, bien en el personaje, bien en su época, que produzcan la fascinación del lector. Sacar al lector de su más o menos soporífera vida y llevarle a unos sucesos que produzcan la atracción del acontecimiento histórico es el cometido de una biografía. La virtuosa peripecia biográfica de Jaume I se presta generosamente a este deseable cometido, no sólo por la riqueza de su periplo vital, sino también porque encierra una reflexión sobre la consistencia de una vida históricamente ejemplar.Villacañas suscribe la caracterización de Jaume I como «artista de la acción» –debida a Robert I. Burns–. Fue tan versátil en la guerra como prudente y astuto en la vida cotidiana y en los lances amorosos. Para Villacañas, Jaume I es un «episodio central en la constitución política profunda de España» y fundamental en la formación plurisecular de un ideal querido por los españoles. El rey Jaume I desea ser recordado más por sus hazañas que por su papel de legislador y administrador de justicia. La virtud de los modernos nos impregnó tras el crepúsculo de la virtud de los antiguos. El ideal de santidad empresarial del selfmade-man fue acuñado por Benjamin Franklin en su inacabada Autobiografía (1771) y muy bien reflejado en Los Rothschild. Historia de una dinastía (1996) por el excelente escritor de biografías Herbert Lottman. Claro que hubo otras concepciones de la virtud. Tal como señala Hans Baron, mucho antes, el humanismo italiano recuperó modelos antiguos de vida virtuosa. ¿Cómo se engrandece la república, se preguntó aquel humanismo? ¿Mediante la abundancia económica que traiga el bienestar común o a través de la necesidad que atice las mejores cualidades de sus señores? Aristóteles, Cicerón y Dante defendieron que la riqueza y el bienestar nunca perjudican a la comunidad, mientras que Polibio, Petrarca y Maquiavelo supusieron que sólo de la necesidad surge la virtud, mientras que de la opulencia sólo puede venir la molicie y la corrupción.

En esta última línea ascética, los ideales de Jaume I son más políticos que económicos. Conquista territorios más que fortunas y la necesidad le exige entrar en los entramados de intereses de los nobles y de la incipiente comunidad menestral. Jaume I, a lo largo de la biografía de Villacañas, responde a la tipología del príncipe nuevo porque su reino y la gloria de su acrecentamiento procede del rechazo de una tradición anterior. Un texto poco conocido de Maquiavelo, La vida de Castruccio Castracani (1520), da cuenta del «raro mérito» del personaje que «debe quedar grabado en la memoria de los hombres», del excelente que, abandonado en el nacimiento entre las hojas de una vid, es recogido para el sacerdocio pero preferirá aprender el uso de las armas como condottiero. Castruccio destacará por su «autoridad regia», estimulada por su tutor militar –Francesco Guinigi di Lucca–, y, al fallecimiento de su señor, quedará encargado de inculcar la virtud a Pablo, hijo de aquél. Se trata de una recreación ejemplar de transmisión personal de la virtud antigua entre señores, debida al autor de El príncipe (1513-1516). Este príncipe nuevo subyace, implícitamente, en el interés bibliográfico por la vida de Jaume I en el siglo XIII : un príncipe nuevo que conquista territorios con buenas obras, carisma y popularidad, que es temido pero no es odiado.

Esta concepción esforzada de la virtud antigua está presente, implícitamente, en la narración muy bien escrita y ordenada del Jaume I el Conquistador de Villacañas. La exposición da cuenta de un poder extraordinariamente fragmentado durante la Edad Media, sujeto siempre a los pactos muy inestables entre los estamentos, las traiciones, los obstáculos a la defensa del territorio recién conquistado, las dificultades de repoblación cristiana, la labor de unificación lingüística llevada a cabo por la Iglesia con el romance catalán en el reino de Valencia (históricamente compatible con la evolución lingüística del valenciano), la unificación de la moneda, la legitimidad tradicional basada en la Costum, la organización económica en torno al matrimonio y a la herencia, la organización legislativa aragonesa en virtual omnis et singulatim, el fuerte papel desempeñado por los gremios, los controles a los prestamistas judíos, el complejo reparto de la tierra conquistada, la persecución eclesiástica del hereje y la amenaza musulmana, sobre todo. Entre estos y otros elementos estructurales de esta historia medieval, discurre la vida de un niño custodiado por los templarios, cruzado, uno de los mejores reyes de la monarquía catalanoaragonesa, que tendrá que hacerse reconocer entre las principales familias de nobles, guardar un equilibrio político con Francia, Castilla y el Papa, para guerrear por Mallorca, Menorca,Valencia, Castellón y Murcia, heredar Navarra, y legar una herencia territorial al único vástago digno de defenderla: su hijo Pere.Villacañas subraya las semejanzas tipológicas de Jaume I con Federico II, dentro de esta transmisión personal de la virtud. Ambos iniciaron su niñez como «corderos entre lobos hambrientos» y fueron protegidos por Inocencio III. Pero fundaron un dominio político nuevo en cuanto que desafiaron a la tradición papal y acabaron por transmitir un legado nuevo.Adquirieron todas las virtudes mediante un tesón solitario. El Emperador Federico II de Ernest Kantorowicz obra como ejemplo del Jaume I el Conquistador de Villacañas no sólo en la coincidencia histórica, sino en la «voluntad de poder» desplegada desde la precaria niñez.

Se trata de una biografía exhaustiva que recupera la información ofrecida por las series documentales, las fuentes históricas y una completa bibliografía secundaria. No se trata de una biografía fácil, ni tampoco de una recopilación de datos, sino de una narración que conjuga una información muy rica con una exposición vívida del personaje. El autor procede del estudio de la historiografía filosófica (el idealismo alemán, la historia del pensamiento español), de la teoría política (el humanismo florentino, el republicanismo de Weimar), así como de la historia y la metodología de los conceptos políticos. Desde estas perspectivas,Villacañas afronta el material histórico. Se abre paso con un expreso deseo de evitar las retroproyecciones de los conceptos modernos sobre un pasado cuajado de oscuridades y que ni tibiamente se parece a nuestra experiencia. El compromiso práctico, y no doctrinal, de esta obra se equilibra con las preguntas fundamentales para entender la «experiencia» de un «rey medieval»: una definición de realeza que considera que el rey cuenta con potestad, pero que obtendrá su autoridad de las obras que realice y no de la herencia recibida (legitimidad carismática); y una comprensión de los diversos estamentos sociales que le van a demandar actuaciones muy diversas. Esta biografía recoge todas las vicisitudes del poder personal de Jaume I dentro de la fragmentación de intereses de la estructura feudal y de los peligros externos a su expansión territorial.

No se trata de escribir sólo para los historiadores. Georges Duby señalaba que la historia debía conjugar el anclaje en los documentos con la elaboración del imaginario. Las pruebas documentales no han de sustraer al historiador de tomar partido y comunicar emociones al lector. Controlar las pasiones no consiste en sofocarlas, pues el historiador debe restituir la vida misma como el teatro lo hace con un texto dramático (L'histoire continue, 1991).Villacañas, en este sentido, hace de mediador del fuego, del calor de la Crónica del rey, con prudencia y completando sus vacíos, a través de muy diversas fuentes. Pero no transmite una palabra roma.Al contrario, expresa también la emoción del viajero que ha recorrido, incluso, los parajes transitados por la montura del rey o la explanada del monasterio de Poblet donde reposa definitivamente. Aunque no se trata de una biografía de exclusivo uso de historiadores, sino también para un público más amplio, su lectura requiere tanta concentración como dejar que el texto tome vida. El resto le corresponde al lector.

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