Buscar

Doktor Broch y Don Quijuanjote

Autobiografía psíquica

HERMANN BROCH

Trad. de Miguel Sáenz

Ed. de Paul Pichael Lützeler

Losada, Buenos Aires/Madrid, 221 págs.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Cuando en 1955 Hannah Arendt, amiga y experta comentarista de la obra de Hermann Broch (Viena, 1886New Haven, 1951), llamó la atención sobre el peculiar mutismo del autor en lo que atañe a todo lo que hubiera podido herir la intimidad del hombre, aduciendo que «Broch nunca escribió un diario íntimo, en su legado no se ha encontrado ni siquiera una libreta de apuntes», sólo acertaba en parte. Cierto que, a diferencia de Elias Canetti y Robert Musil –acaso los dos escritores coetáneos más afines–, Broch se mostró reacio al género autobiográfico, excepción hecha de sus cartas y el breve diario que dirigió a la periodista Ea von Allesch, al principio de su relación amorosa. Sin embargo, en su legado se encontraron dos textos breves pero cruciales de íntimo carácter autobiográfico: Psychische Selbstbiographie (Autobiografía psíquica), que data del año 1942 y no llega a sesenta páginas, y el sucinto Nachtrag zu meiner psychischen Selbstbiographie (Apéndice a mi autobiografía psíquica), añadido el año siguiente. Como señala el título, el autor escribió estas reflexiones no para contar su vida sino para nombrar y conjurar a los demonios que lo perseguían, sometiendo su vida interior a un análisis en términos freudianos. La publicación editada por Paul Michael Lützeler en 1999 ofreció al público estos textos junto a un tercero igualmente rescatado del legado del autor. Este último, siendo autobiográfico, no resulta en absoluto íntimo o personal. Autobiographie als Arbeitsprogramm (Autobiografía como programa de trabajo), que data de 1941, resume en orden cronológico estricto el pensamiento y la consiguiente actividad investigadora, literaria y política del escritor austríaco. Así, el presente volumen nos ofrece, por un lado, la cara pública y brillante del ensayista Hermann Broch, con su razonamiento imperturbable, su estilo diáfano y su capacidad de síntesis extraordinaria; por otro, la cara sombría y secreta, de donde surge el trauma infantil causado por el desafecto de sus padres, que preferían al hermano menor; su complejo de inferioridad; su incapacidad de encontrar la felicidad con una mujer y su miedo al bloqueo creativo.

La editorial Losada, que acaba de publicar dicho volumen en España, refrenda su prestigio al no caer en la deplorable tentación de suprimir partes del aparato crítico, que comprende notas bibliográficas y comentarios muy útiles, incluyendo además un índice onomástico, una tabla cronológica y un epílogo del editor. Es necesario destacar la labor de traducción realizada por Miguel Sáenz, que tenía que enfrentarse no tan solo a los pulidos pero largos períodos gramaticales de Hermann Broch y a la peculiaridad de su vocabulario, sino también a los tecnicismos filosóficos y psicoanalíticos que abundan en el texto. El resultado es una versión comprensible y de agradable lectura.

Como es sabido, la teoría del psicoanálisis desarrollada por Sigmund Freud y sus discípulos, ejerció una profunda influencia en artistas y escritores de su época. Hermann Broch, si bien pretendía superar la novela psicológica consagrada por Stefan Zweig y Arthur Schnitzler, incorporando en las suyas la instancia objetiva de una teoría del conocimiento y de los valores que –más allá de las motivaciones psicológicas del individuo– fuera capaz de explicar históricamente los comportamientos surgidos de una determinada situación social, no constituye en ese sentido ninguna excepción. Pero el psicoanálisis le atrajo no solamente por el rigor de su método en general, sino también porque le permitió albergar la esperanza personal de que pudiera curarle de sus tormentos anímicos. Broch se relacionó con la Wiener Psychoanalytische Vereinigung, entabló amistad con Alfred Adler y, en 1927, se decidió a empezar un tratamiento psicoanalítico con Hedwig Schaxel, discípula de Freud. Aunque tuvo que interrumpir dicho tratamiento ocho años más tarde, sin haber podido concluirlo satisfactoriamente, el efecto emancipador resultó obvio. Ese mismo año Broch vendió, previendo la grave crisis económica que se aproximaba, en contra de la voluntad de su padre y de su hermano, la fábrica de hilandería paterna Teesdorf, que él mismo había dirigido desde 1915, tras su formación como ingeniero textil. Una vez liberado del yugo familiar, así como de las obligaciones que había asumido en calidad de primogénito, obligaciones que le habían impedido dedicar más tiempo a lo que verdaderamente le interesaba –sus investigaciones matemáticas, filosóficas y sus proyectos literarios–, su producción creadora se disparó. Retrospectivamente hubo de reconocer: «antes de someterme al análisis estaba tan inseguro de mí mismo que no podía terminar ningún trabajo y que no podía publicar nada, de modo que, a pesar de que mucho se quedó sin resolver, le debo mi verdadera vida». A partir de entonces nacieron –junto a otras obras narrativas y dramáticas, numerosos ensayos filosóficos, literarios, sociológicos y políticos– las grandes novelas, mejor dicho, los experimentos innovadores sobre la forma de la novela que Broch definió como «polihistóricas». Me refiero a la trilogía Die Schlafwandler (1939-1942; Los sonámbulos ) y al gran poema en prosa Der Toddes Vergil (1937-1945; La muerte de Virgilio ). Surgida por la necesidad de enfrentarse a la muerte metafísicamente cuando la anexión de Austria al Tercer Reich y el exterminio de los judíos eran inminentes, esta novela hubo de terminarse en el exilio. Tras unas semanas de arresto en 1938, Hermann Broch pudo embarcar primero hacia Londres y más tarde a Estados Unidos, donde vivió exiliado hasta su fallecimiento.

Los textos autobiográficos en cuestión, producto de los primeros años del exilio de Broch, muestran cómo las atrocidades de la época aumentaron su empeño ético y, al mismo tiempo, la tensión que le provocó su moral de trabajo. La Autobiografía como programa de trabajo revela la lógica interna del pensamiento de Broch, por lo cual puede considerarse como una perfecta introducción a su obra. Su crítica al «positivismo científico» del Wiener Kreis le conduce a elaborar una teoría de valores, cuya pérdida relaciona con el derrumbe de la democracia en Europa, y, más adelante, a su teoría de la locura de masas, que tiene como objetivo propugnar la formación de una sociedad democrática, socialmente justa y libre, un empeño de no disminuida actualidad. La Autobiografía psíquica surge del conflicto entre sus ambiciones intelectuales y sus deseos afectivos. Es de suponer que la precariedad de su situación pecuniaria –sus amigos le sostuvieron durante largos períodos–, junto a una sobrecarga de trabajo, agravaron la crisis, aunque el texto hace caso omiso de tales circunstancias. En 1943, Broch no tuvo más remedio que someterse a un nuevo tratamiento psicoanalítico, esta vez con Paul Federn, a quien ya había conocido en Viena. Anteriormente, envió su autorretrato psicoanalítico a tres personas, entre las que se contaba Federn. Las otras eran sus amigas Annemarie Meier-Graefe, con la cual pactaría un matrimonio de circunstancias en 1949, y Ruth Norden. Desconocemos las intenciones de Broch, pero no cabe duda de que los estereotipos aplicados al género femenino, dignos de los latifundistas fin-de-siècle, cuya hipocresía el autor mismo había retratado en su novela Pasenow o el romanticismo (1930), junto a la confesión de su incapacidad de establecer relaciones amorosas duraderas, estaban destinados a ahuyentar a cualquier mujer que tuviera algún interés erótico en él. De otra parte, impresiona la objetividad con la que este hombre atormentado desmenuza su psique para identificar los mecanismos neuróticos que le impiden obtener relaciones eróticas satisfactorias que le permitan ejercer su actividad intelectual sin perturbaciones. El editor Paul Michael Lützeler opina con razón que el nombre de «Don Quijuanjote», creado por Hermann Broch al comentar Los sonámbulos, es aplicable al comportamiento del autor. La parte donjuanesca de Broch tiene que compensar la impotencia imaginaria mediante «un exceso de relaciones amorosas siempre renovadas y pruebas de superpotencia». La parte donquijotesca, en cambio, sabe que nunca alcanzará «sus exageradas exigencias». ¡Pero no nos equivoquemos! La Autobiogafía psíquica es una construcción de alcance y de utilidad restringidas en la que el autor se enfrenta desesperada y despiadadamente a los aspectos más indeseables de su personalidad. Existen otros testimonios que, por el contrario, retratan a un hombre amable, generoso y seductor. Sería recomendable completar la aproximación a su polifacética personalidad mediante la lectura de estos otros textos.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

5 '
0

Compartir

También de interés.

La manzana envenenada