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El pensamiento comunitarista

Argumentos filosóficos. Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje y la modernidad

CHARLES TAYLOR

Paidós, Barcelona, 1998

Trad. Fina Birulés Bertrán

382 págs.

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Charles Taylor es seguramente uno de los más destacados representantes del debate contemporáneo en el terreno de la filosofía política y moral. Desde la aparición de su obra Fuentes del yo (Paidós, 1996), en la que lleva a cabo un detallado y sorprendente trabajo sobre el surgimiento de la identidad moderna, no ha dejado de participar en la intensa discusión que mantienen liberales y comunitaristas. Estos últimos, representados por Taylor y por filósofos como Alasdair MacIntyre, Michael Sandel y Michael Walzer entre otros, mantienen una fuerte crítica a los presupuestos individualistas y de justicia procedimental del liberalismo y proponen tesis de corte hegeliano sobre el papel de la sociedad en la formación de una idea del bien. Ésta constituiría a su vez el horizonte de sentido ineludible en cuyo marco las personas formularían sus elecciones morales. Tal es la línea teórica del nuevo libro de Taylor, Argumentos filosóficos, que reúne trece ensayos –todos ellos, a excepción del último, ya publicados con anterioridad– en los que retoma muchas de las categorías utilizadas en Fuentes del yo para aplicarlas a la crítica de la argumentación moral en la filosofía moderna.

El libro no presenta una estructura clara de los temas abordados, pese a lo cual podemos sintetizar su contenido alrededor de tres ejes temáticos principales: la defensa de una teoría comprensivista que se opone a la epistemología del modelo empirista de representación de la realidad; el recurrente ataque al atomismo liberal y la justificación de un republicanismo cívico reformulado en términos de relativismo cultural.

El primero de estos temas está presente en los capítulos iniciales del libro y constituye la parte más novedosa del mismo ya que, a pesar de la reiteración de ideas propia de la sumatoria de artículos no concebidos en su origen para ser parte de un libro, nos permite una comprensión acabada de la postura defendida por el autor. Taylor critica el modelo de Hume según el cual el conocimiento debe basarse en la experiencia como dato objetivo, vale decir en la realidad no interpretada, y pretende avanzar más allá de la aportación kantiana y de las interpretaciones utilitaristas. La tesis de Taylor se centra en la peligrosa tarea de incorporar la noción de «evaluación fuerte» –en el sentido de juicio de valor– en nuestros argumentos, ya que entiende que no somos individuos atomizados frente al mundo sino agentes vinculados ontológicamente a nuestros compromisos y que por tanto no podemos prescindir de nuestras comprensiones comunes. Para sustentar esta idea apela a la recuperación del agente vinculado tal como lo entienden Hidegger y Wittgenstein –autores entre los que pretende establecer un no claramente justificado paralelismo–, apoyándose en una concepción del lenguaje que construye sus significados a partir del contexto o «transfondo» proporcionado por «nuestra forma de vida» (Lebensform). En definitiva, Taylor propone superar la epistemología entendida como representación de una realidad independiente y reemplazarla por argumentos trascendentales que nos permitan comprender la experiencia desde la especial posición del sujeto en el mundo.

El segundo tema que señalé, la crítica al atomismo liberal, se hace presente desde el inicio del libro y cobra fuerza en el ensayo sobre los equívocos del debate entre liberalismo y comunitarismo. El autor sostiene una vez más la raíz colectiva de las identidades individuales que lo llevan hasta el extremo de postular la defensa de una comunidad cultural o nacional aun cuando para ello sea necesario restringir la libertad de las personas. Ni siquiera los derechos individuales, que el liberalismo ha señalado como coto vedado a cualquier tipo de negociación o acuerdo que pretenda cercenarlos, sirven para frenar el avance comunitario. Esta conclusión que proviene de la falsa premisa hegeliana según la cual la sociedad es anterior al individuo, la vuelve a hacer explícita en el capítulo que reproduce el ya conocido artículo sobre la política del reconocimiento. Éste refleja las insostenibles consecuencias que los presupuestos metafísicos del autor pueden tener en el terreno de la práctica política. Al conferir a la cultura valor constitutivo en el proceso de construcción de la identidad personal, Taylor resta importancia a la autonomía individual y no encuentra ninguna barrera en su camino hacia la defensa incondicional de la supervivencia de una comunidad –defensa que entiende legítima incluso en nombre de las generaciones futuras (1996:321)–. Para ello propone políticas que salvaguarden supuestas metas comunes de sus miembros. En su fanática cruzada por los derechos de la población francófona de Quebec, Taylor defiende un relativismo cultural que en muchos casos parece transformarse en relativismo moral. Del hecho de la diversidad y de la importancia que otorga a la comunidad en la formación de la identidad individual el autor llega a proclamar la admiración y el respeto hacia las culturas que han demostrado su pervivencia en el tiempo, aun en el caso de que dicho respeto vaya acompañado «de lo mucho que debemos aborrecer y rechazar» (1997:334). A pesar de que en algunos párrafos sugiere la idea de que la bondad de una cultura no puede desprenderse del mero hecho de su existencia, en otros párrafos parece volcarse hacia la aceptación de una moral positiva desprovista de cualquier elemento de crítica racional.

En este libro Taylor confirma los graves riesgos que plantea el comunitarismo. La capacidad analítica de su obra y la lectura renovada e inteligente que realiza de los clásicos hacen de sus aportes una rica fuente para la discusión que, sin embargo, no logra superar los grandes problemas conceptuales y las peligrosas conclusiones morales de su teoría.

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