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Apuntes y visiones

EL CUARTO DE AL LADO

Gustavo Martín Garzo

Lumen, Barcelona

260 pp.

18 €

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En los tiempos que corren, puede considerarse Martín Garzo un escritor afortunado. En 1994, cuando contaba con escasísimas publicaciones y era un desconocido, obtuvo el Premio Nacional de Narrativa con El lenguaje de las fuentes, que le abrió a lo grande las puertas del mercado literario. Han transcurrido trece años, y después de una trayectoria novelística que ha dividido a los críticos, su editorial le ha reservado en exclusiva una biblioteca para toda su obra como si de un clásico en vida se tratara. Más no se puede pedir. Podrá discutirse si sus méritos están a la altura de tanto privilegio, pero algo es cierto: Martín Garzo es, por el estilo de su prosa, un escritor, cosa que no puede decirse de todos los que publican hoy día.
Rescatado de los cajones del olvido (fue escrito entre 1988 y 1991), El cuarto de al lado es un libro misceláneo y, como tal, irregular. En él fue recogiendo el autor, bajo los epígrafes de las cuatro estaciones del año, empezando en el otoño, un manojo de apuntes e impresiones, anécdotas cotidianas y pequeños cuentos, comentarios de lecturas y películas, registro de noticias, retratos, estampas y cuadros costumbristas, anotaciones paremiológicas y frases sentenciosas, etc. Es decir, un conjunto de fragmentos que forman una especie de dietario cosechado en la observación y la contemplación del entorno familiar o ciudadano y una desnuda enunciación de los sentimientos personales.

En este contenido variado pueden delimitarse al menos cinco líneas temáticas y formales. En primer lugar, la narrativa, en la que Martín Garzo mantiene su mejor nivel y su pulso literario más firme. Son pequeñas narraciones, ya sean de origen cotidiano o libresco, dotadas de sugerencia y sugestión suficientes, que muestran a un autor que sabe contar y extraer la sustancialidad de cosas intrascendentes y episodios livianos. Aun así, no faltan algunos cuentos prescindibles basados en hechos cotidianos (por ejemplo, la caída del primer diente de su hijo) que más bien parecen confidencias entre familiares y vecinos.

También son interesantes, en segundo lugar, las glosas y comentarios que el escritor hace sobre libros y películas concretos. Es obligado subrayar su intuición y perspicacia para indagar en las zonas ocultas de las obras comentadas y formular digresiones filosóficas, morales y éticas desde la reflexión o la emoción que su lectura o su visión suscitan. Hay en este territorio de la abstracción del pensamiento y de la concisión del discurso verbal momentos sin duda sobresalientes.

En tercer lugar, la línea mítica y simbólica que ha circulado de modo habitual por sus obras anteriores. Martín Garzo vuelve a echar mano de episodios y personajes de la Biblia o de los cuentos populares maravillosos para tejer una trama narrativa que se proyecte hacia lo metafórico. Y hay veces que lo consigue, pero no es lo habitual. Habitual es la creación de imágenes sobre los referentes apuntados con pretensiones míticas o metafóricas, pero que al final sólo son impresiones subjetivas cuyas relaciones y claves se encuentran en la mente del autor y difícilmente llegan a la del lector (véase el fragmento titulado «Las mañas del afilador»). Habituales son los apuntes y relatos cotidianos con propósitos simbólicos, religiosos o míticos, pero con finales va­cíos y livianos (véanse, los titulados «La charca del mundo» y «El cuarto del escritor»). Habitual es, en fin, querer dar un lustre dorado innecesario a una realidad cotidiana y normal: por ejemplo, curar a una hija sobre una mesa le remite a las ceremonias hindúes a la orilla de los ríos; abrir una puerta es como saltar a tierra desde una barca; caminar por una calle mojada por la lluvia le sugiere el camino por una llanura rociada de hogueras, etc.

En cuarto lugar, la línea poética, cosa de esperar en una obra miscelánea y fragmentaria como ésta, que además utiliza la segunda persona en casi toda su enunciación. No sería mala noticia que El cuarto de al lado se sumara a la tradición espléndida de prosa poética que existe en la literatura española. Pero no es así. La lengua poética de Martín Garzo, cuando quiere acercarse a lo lírico, fracasa por partida doble: la primera, porque en ningún momento sorprende, ni por sus ambigüedades connotativas, ni por su expresividad innovadora; la segunda, porque a menudo lo lírico se confunde con la blandura y la ñoñería.
Y en quinto y último lugar, la línea aforismática y sentenciosa, la más endeble de todas. Ante libros como éste cuyos fragmentos aspiran a la concisión y la sorpresa discursivas, pero que en rea­lidad suelen confundir brevedad y ­concisión con levedad y ligereza (las primeras se refieren a la cantidad, las segundas a la densidad), vienen a la memoria las clarividentes palabras del maestro Gracián sobre el genio y el ingenio en El discreto: si el genio es una facultad natural e inclinación potencial del hombre, el ingenio pertenece al entendimiento y es «valentía del entender». Así pues, el ingenio no tiene como meta sólo sorprender y no ha de confundirse con la simple ocurrencia verbal. Martín Garzo, en su afán de sorprender, o cae en lo sentencioso explícito, transparente, o en lo tan críptico que resulta huero. Más aún, por lograr un cierre ingenioso, unas veces concluye con una frase gratuita y arbitraria a la que tal vez sólo el autor encuentre un sentido (véase el titulado «Quedarse fuera»), y otras con dichos de almanaque («El discreto» o «El bazar de los suspiros») o blandas ocurrencias («El que no tiene nada» o «Sobre la lectura»). 

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Ficha técnica

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