Buscar

En esta angosta esquina de la tierra

Angosta

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

Seix Barral, Barcelona, 400 págs.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Esta es una novela de las que hay que releer, y creo saberlo de buena tinta porque la he releído antes de hacer la reseña. Es además una novela que puede reseñarse contándola de arriba abajo, de atrás para adelante, y al derecho y al revés, sin que pierda interés para el lector que lea primero la reseña y luego la novela, aunque no la voy a contar porque quiero subrayarle otros aspectos menos anecdóticos. Vaya pues lo dicho por anticipado: que es una novela memorable.

Sólo le falla el título, por más que sea ciertamente congruente con su escenario y con el tema que desarrolla; pero es demasiado poco título para tanta novela. Uno hubiese preferido el de su epígrafe original, ese endecasílabo de Cavafis que dice: «En esta angosta esquina de la tierra».

Angosta rompe con la tradición –y más que eso con la inercia, y todavía más, con el pervertido tic de tanto latinoamericano posmoderno– de las tramas paralelas: aquí todas las ramas están entrelazadas. No se trata de abrirnos paso entre un bosque de lianas, sino dentro de un árbol.

El protagonista principal se llama Jacobo Lince y es ciudadano de Angosta, una gran ciudad en algún lugar de Sudamérica y que identificamos enseguida con el Medellín natal del autor de la novela. Lo testimonia entre otras la página 329 con la mención del Pueblito Paisa en el Cerro Nutibara, pero así mismo lo hacen otros muchos lugares del nomenclator municipal y, sobre todo, lo que se nos cuenta de su cotidianidad negativa: Pablo Escobar, narcotráfico, violencia, sicarios, miseria, etc. Y sin embargo, todos estos detalles de color local son tan solo un primer plano del fenómeno Angosta. Siguen dos folios transparentes que pueden y deben irse colocando sobre el plano de Medellín: el del mapa de Colombia, y otro sobre ese mapa, el de un mapamundi. Pues Angosta está dividida en tres sektores («la k se impuso gracias a la ortografía de uno de los ejércitos de intervención») que reflejan claramente la compartimentación estanco del planeta en tres mundos, con la evidente discriminación y criminalización del tercero.

En el primer sektor, F, el de arriba, viven los dones y las doñas. En el segundo, T, en el medio, los segundones. Y en el tercero, C, abajo y más abajo, los parias. Entre el segundo y el tercer sektor hay permeabilidad y comunicación, con tendencia segundona a no mezclarse, porque el tercerismo contagia, pringa y macula. Con el primer sektor no hay contacto sino ocasional, y férreamente controlado a través de un Check Point a su vez controlado por chinos del ejército interventor. La gente de T y C puede trabajar en F –en esas tareas subalternas que sus habitantes no se rebajarían jamás a hacer– sub conditione de tener un salvoconducto renovable (¡nada de crear derechos!) y de someterse diariamente a los controles del Check Point, tanto a la entrada como a la salida: porque, claro está, los segundones y los tercersektoristas no pueden pernoctar en el sektor F a no ser que se trate del servicio doméstico. Alguien tiene que cocinar, lavar la ropa y pasar la aspiradora, unas tareas asimismo impropias de dones y de doñas. A

un cuando en Angosta, la novela, su melodía narrativa sigue una partitura digamos verista, incluso naturalista, el basso continuo alegórico suena indesoíble. Angosta, la ciudad, no es tan solo Medellín, es mucho más. Es también la Sudáfrica del apartheid (pág. 26), es también el Israel de las represalias contra Palestina (pág. 142), es también la sede de un G-7 (pág. 142), es también lo que no desea contaminarse nunca y edifica la vieja muralla china y/o la actual fortaleza europea (pág. 204), y desde luego, desde luego, es también la reproducción a nivel terrestre de los tres mundos del Dante: Infierno, Purgatorio, Paraíso. No en vano Paradiso es otro nombre del sektor F.

Con lo dicho parecería que Angosta es una especie de Criticón de Gracián en nuestros días, por lo que debo insistir en la estructura realista y hasta naturalista de lo que se nos cuenta. Página a página avanzamos por la vida de ese Jacobo Lince, secreto millonario en dólares, algo que le permitiría vivir en el sektor F, mas él prefiere seguir siendo un habitante hedónico de T, de la Zona Templada, residiendo en un hotel cuyos huéspedes fijos suman más de la mitad del personal humano de la novela. Entre ellos, personajes totalmente inolvidables. Todos y cada uno de los cuales (con la curiosa excepción del carretillero Clímaco) se nos van presentando con notas a pie de página cuando hacen su aparición en la novela, método para introducirlos que me parece un acierto grandísimo. Creo superfluo aclarar que el uso virtuoso de ese recurso, en autores como el Nobel danés Gjellerup, o entre nosotros Jardiel Poncela y Manuel Puig, no es novedad, pero sí que lo es el matiz que introduce Abad Faciolince, al transformarlo en un índice onomástico bastante atípico. Dicho sea de paso, una de las protagonistas, Candela, así apodada por el color incendiario de su pelo, se llama en el censo Virginia Buendía, y su familia llegó a Angosta desplazada desde Macondo. A mi juicio no es un simple guiño del autor hacia la novela canónica de García Márquez, sino más bien una especie de llamada de atención: «¡Ojo, se acabó el realismo mágico! De allí provengo, sí, pero lo mío es la trágica realidad».

La admiración nunca debe ser ciega, de manera que hablemos de los lunares, parte también alícuota de la belleza. Hay dos momentos débiles en la estructura de la narración. El primero entre las páginas 217 y 231, y son las quince páginas de lo que nombro «el pegote cervantino», un capítulo que es el equivalente del VI de la primera parte del Quijote, el del escrutinio de los libros por el cura y el barbero. No añade nada a la novela y hasta la interrumpe de manera innecesaria. En la nota a pie de página que acompaña su andadura, el autor dice que la editorial española le rogó que lo suprimiese, pero que él lo mantiene por motivos extraliterarios y que el lector, si quiere, pues muy bien puede saltárselo. Y uno, a pesar de considerar débil ese capítulo, y aún más débil la argumentación del autor, se ha divertido mucho con él en la relectura. Porque después de todo, ¿qué más cervantino que interrumpir la narración principal con otras que no vienen a cuento?

Y el segundo momento débil es a mi parecer el diálogo entre el protagonista y el nuevo marido de su ex mujer (págs. 249 a 264), que para mi gusto peca de acartonamiento, parece como si fuesen dos intérpretes en un juego de roles de esos que les gustan tanto a los psicoterapeutas. Además creo que tampoco añade nada sustancial a lo que podemos inferir, a lo largo de toda la novela, de las distintas posiciones de los tibios y los fríos sobre las materias de las que allí conversan.

Peccata minuta estos dos detalles, aunque pienso que suprimiendo esas en total treinta páginas, Angosta hubiese ganado: tanto, que así sería una de las mejores novelas editadas en castellano en este año del Señor. O de quien sea. Pero pensándolo bien, si de todos modos ya lo es, para qué buscarle tres pies al gato. Eso además de que los lunares hacen más guapas a las mujeres…, cuando ya lo son.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

5 '
0

Compartir

También de interés.

Rosenberg como pretexto

Entre los dirigentes del Partido Nacionalsocialista alemán (NSDAP), y en especial entre quienes llegaron…